Un muy sincero catalanista, Santiago Carrillo Solares, ferviente entusiasta por lo demás del derecho pedáneo a la autodeterminación, ha venido a Barcelona para reconfortarnos con su auxilio espiritual en estos momentos de honda zozobra identitaria. "No estáis solos", anunció, ecuménico, a los nacionalistas de todos los partidos nada más iniciar su discurso en el Ateneo. Una observación que, viniendo de donde venía, nunca se sabrá si constituyó afable saludo o velada amenaza. Sea como fuere, acto seguido abundó en los preceptivos lugares comunes sobre la España plural, el manido catón de la progresía bienpensante a cuenta de las muchas, innúmeras bondades de deconstruir la Península de arriba abajo. Otra ración, en fin, de la sopa boba centrífuga al uso.
Así, don Santiago garantizó a la concurrencia que si "una mayoría significativa" del paisanaje estuviese por la labor de crear otro estadito, "muchos españoles, más allá del Ebro, se negarían en redondo a incurrir en un proceso de represión contra Cataluña". Lástima, sin embargo, que no se incluyera a sí mismo en tan beatífica declaración de intenciones. Y es que una de las grandes especialidades históricas de la casa ha sido enviar a criar malvas a los nacionalistas catalanes. Nacionalistas catalanes como Joan Comorera, en su día secretario general del PSUC, que fue entregado por Carrillo a los servicios de información de Franco, usando para ello hasta los micrófonos de la Pirenaica. Aunque don Santiago, que tiene por norma confundir la amnistía con la amnesia y el perdón con el olvido, ahora no se acuerde. La memoria, ya se sabe, es un gran cementerio.
Tal que así alertaba Radio España Independiente de su presencia en Cataluña durante el frío invierno de 1953: "El PSUC ha sido depurado de los elementos corrompidos y traidores que se habían infiltrado en nuestras filas como agentes de la burguesía. Comorera, que hoy está abiertamente al servicio de la policía franquista cumpliendo el repugnante papel de delator de los militantes comunistas del interior del país". Tras aquella puñalada, la caída del disidente ya sólo sería cuestión de tiempo. Comorera murió en el penal de Burgos en 1958. Pero su sentencia inapelable la había firmado Carrillo un lustro antes. Y pensar que aún le ríen las gracias en Barcelona.
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