A fuer de ser sincero, el PP no ha hecho todo lo que debía ante el asesinato de Zapata. Los lamentos del Gobierno español han sido, en efecto, lamentables, pero tampoco se ha visto vibrar de indignación a los dirigentes populares, situados en una lejanía emocional algo indolente. Por lo general, la derecha apenas si sale de su ensimismamiento, salvo para defender valores muy cercanos, como la familia, la libertad educativa de los padres o la condena del aborto libre, causas todas ellas muy plausibles y fundadas. Pero, ¿qué pasa, por ejemplo, cuando en Cuba muere a manos de la dictadura un luchador por la libertad? Hasta ahora, lo único que ha hecho el PP ha sido una concentración de apenas doce personas a las puertas de su sede, con la bandera cubana como pie de foto. Inaudito. Vamos a ver, y sin ánimo de afear conductas: Se ha puesto en marcha una soterrada rebelión interna contra la tiranía castrista y castrante, con huelgas de hambre de seis disidentes, y el PP, único partido español con autoridad moral para alzar la voz, se ha limitado a darle unas collejas al Gobierno de Zapatero. ¿Cómo es posible que todavía no haya convocado una gran manifestación ante la Embajada cubana? ¿A qué espera para poner bajo su protección a los nuevos huelguistas de hambre?
¿Se imagina alguien la que montaría el PSOE si en vez de Castro hubiera sido Pinochet el culpable último del asesinato de Zapata? Parece que ya nadie recuerda la tormenta que desató la izquierda en defensa de Aminatu Haidar, capitalizando una causa que era de todos. En estos últimos seis años, la derecha política y sociológica ha bajado a la calle más que en tres décadas, pero aún le falta mucha acera que patear. La batalla de la libertad no se agota en el palenque nacional; se extiende también a Iberoamérica, con la que España tiene obligaciones y responsabilidades añadidas. Cuba es la piedra de toque y el PP no puede observarla como un asunto de menor cuantía. Si en alguna parcela es irrebatible la superioridad moral de la derecha es precisamente en la defensa de la libertad en aquellos regímenes autoritarios y populistas, que no en vano se inspiran en el castrismo y ante los cuales la izquierda española es un rehén vergonzante y vergonzoso. No aprovechar ese hándicap ético de la izquierda es políticamente miope, además de moralmente incomprensible.
J. A. Gundín
www.larazon.es
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