Me contaron una vez que en Cuba las vacas gordas se parten en trocitos pequeños y en plan ilegal, tipo aquí los porros, mientras que las vacas flacas campan a sus anchas por las calles bonitas de La Habana porque la revolución a estas alturas ya sólo es una cuestión de estómago: hambre, ron y telenovelas nacionales para matar la gusa en lo que el otro hace caput. Entre medias, algunos prefieren apagar la tele de los discursos castristas, esas soflamas trasnochadas con las que el hermano del coma-andante intenta mantener enhiesto el chiringuito a pesar de que todos saben que el gatillazo viene de atrás. Y los mismos que apagan la tele son los que ahora están en huelga de hambre, los que escriben blogs que la censura les impide leer y los que aguantan el temblor de rodillas cuando el poder les corta el grifo de internet para que no sigan largando.
Escribir lo que te sale del pie en un ordenador mientras bebes una Coca-Cola de esas que te hacen decir Dios bendiga América parece normal: rutina de oficinista con aspiraciones pseudoliterarias. Incluso tira a aburrido cuando llevas diez años haciéndolo y lo que te apetece es tomarte un daikiri en la otra punta del planeta. En Cuba sirven daikiris si eres un turista mileurista, un hortera de bolera con anhelos «trópico-sexuales» no una solterona hambrienta de pillar muslo con retranca, como hacían las famosas hasta que se les vio el plumero. Pero si no eres nada de eso y encima piensas que la utopía comunista es en realidad una maléfica distopía, en Cuba ni te dan daikiri ni te dan tregua: ahí están ejemplos como Orlando Zapata, el muerto al hoyo y el medio muerto a la foto con Lula. Lo curioso es que el poder castrista se empeña en bloquear a los subversivos, pero muestra con orgullo cacique sus panfletos y es ahí donde entra la risa floja. Porque ya no hay bandera revolucionaria que disimule tanta vaca flaca.
David Moralejo
www.larazon.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário