De la Guerra Civil se han hecho interpretaciones variadas, desde la basada en la supuesta lucha de clases entre los privilegiados reaccionarios y los desposeídos proletarios, hasta las de la Cruzada religioso-política, pasando por jeremiadas sobre el carácter cainita de los españoles, que han llegado a hacerse muy populares.
La idea del antagonismo entre los intereses de burgueses y proletarios nunca funcionó, pues quienes se decían representantes del proletariado nunca trajeron a este más que opresión extrema y pobreza, cosas de interés dudoso para los trabajadores; en cuanto a la Cruzada, hubo algo de eso por cuando los autodesignados jefes obreros y populares encontraron su mayor punto de acuerdo en la matanza del clero y la erradicación de la herencia cristiana; pero vista desde un enfoque político general, el conflicto fue mucho más complicado.
Y las lamentaciones por el pretendido guerracivilismo español, como si España fuera un país excepcional en contiendas internas, son ridículas, como he querido mostrar en Nueva historia de España; pero cada dos por tres oímos esas letanías, junto a invocaciones beatas al abandono de odios y rencores: si el carácter español fuera como dicen, podríamos contar con una nueva guerra civil en cuanto se presentara la ocasión, ya pueden invocar lo que quieran.
Es cierto que bajo la república –y ahora mismo, desde los gobiernos del perturbado Rodríguez– hubo una tenaz incitación al odio y a la guerra civil por parte de la izquierda, especialmente del PSOE, hasta provocar con mil desmanes el odio correspondiente en una derecha que se esforzó casi todo el tiempo en mostrarse conciliadora. Pero ese odio era solo un subproducto de ideologías tipo "lucha de clases", y la guerra no nació propiamente de él, sino de la destrucción de la legalidad republicana. En todas las sociedades existen intereses diversos, centrífugos y hasta antagónicos, y es inútil invocar contra ellos buenos deseos de amor y comprensión. Por eso las sociedades solo pueden funcionar con relativa estabilidad mediante leyes aceptadas y respetadas, pues de otro modo quienes se sienten perjudicados siempre estarán cerca de rebelarse. La derecha, en su gran mayoría, aceptó la Constitución republicana, buscando reformarla por vías legales y pacíficas. Las izquierdas creyeron que "su" Constitución y demás leyes les mantendrían siempre en el poder, y al no ser así, como se vio en 1933, se rebelaron contra su propia legalidad, creando un proceso revolucionario abierto. Ello empujó a la derecha, muy contra su voluntad y con enorme riesgo de ser completamente aplastada, a sublevarse a su vez en julio del 36.
Hoy presenciamos el socavamiento sistemático de la legalidad constitucional proveniente de la transición, a manos de una caterva de políticos irresponsables y corruptos. No quiere decir que derive de ahí necesariamente una nueva guerra civil, pues la historia nunca se repite de modo igual, pero puede haber otros fenómenos, los está habiendo, de descomposición social, "latinoamericanización" de la política y enmafiamiento del poder. Los "aventureros de la política", como los llamó Zugazagoitia, dedicados a "mirar al futuro", debieran echar algún vistazo al pasado, del que pueden aprender lecciones provechosas para evitar viejos errores.
Pío Moa
http://www.libertaddigital.com
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