España es la nación elegida por el Papa. Cuando éste vuelva en el próximo agosto será la tercera vez que le dedique sus cuidados. ¿Un acto puramente cordial? Más bien, el reconocimiento de la situación preocupante por la que pasa nuestra sociedad. Es lo que en términos políticos sería el objetivo prioritario de la estrategia del Vaticano: lucha en defensa de la laicidad frente al laicismo, de la familia y de los valores occidentales cristianos. Para Ratzinger el gran desafío de la Iglesia en estos momentos pasa por Europa y de un modo especial por España, tierra de Teresa de Jesús, de Ignacio de Loyola y de Juan de la Cruz aunque también escenario del feroz anticlericalismo del primer tercio del siglo XX y del actual asalto a la fe. Así que esta elección de España como prioridad cuenta con el amor que Benedicto XVI tiene a nuestro país pero no sería justo traducirlo como el fruto de un capricho personal: tiene que ver con la defensa de la Iglesia, esto es, de la fe.
No olvidemos que el Papa ha sido el cardenal Ratzinger, el alma de la Congregación de la Fe, el intelectual combativo que ha sabido mantener sus convicciones en los debates con intelectuales agnósticos sobre las concepciones del mundo en los últimos siglos y, como Papa, en torno a las inmensas frustraciones colectivas desde el punto de vista de la Esperanza: únicamente el cristianismo es la que la mantiene, esto es, el compromiso de la fe y la razón.
Los gobernantes y los comunicadores españoles que están por el laicismo (no por la laicidad ) han mantenido una actitud ofensiva frente a este viaje del Pontífice a España. No han mantenido el juego limpio de los británicos ante el viaje de aquel a Gran Bretaña a pesar de que allí este entró en puntos tan delicados como la conversión de Newman o el caso Moro. Y esta diferencia, que revela la situación de la Iglesia en España, explica la actitud preferente del Papa por ella.
César Alonso de los Ríos
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