Por lo menos, respeto. Si unos miles de firmas bastan para que cualquier minoría merezca que se le respete, se le escuche, cuando no que se le tenga en cuenta, no es justo que millones de cristianos tengan que sufrir la burla, el chiste de mal gusto y aun la desestimación de algunos que se han apuntado a esa «moda» de andar dándole palos a Dios y a cuanto de la fe en él se deriva. Una sociedad como la nuestra, que ha sabido cambiar palabras para nombrar de otra manera lo mismo, con tal de no resultar fonéticamente ofensiva, y ha eliminado del chiste —en el espectáculo público— el racismo, la homosexualidad, la prostitución o los defectos físicos, se ha dado, empero, a cargar contra Dios y los cristianos, sus imágenes o sus costumbres —y sin que nadie ajeno proteste— como la nueva variante de gracia que implica a veces el insulto o el desprecio. Se lleva —eso parece— ir contra Dios, como si muchos estuvieran animando a la hora de un nuevo deicidio o de una nueva persecución de cristianos. Un respeto. Siquiera, respeto. Que de la pérdida del respeto a algo más gordo, a veces sólo hay un paso.
Somos gentes de extremos. De machacar a individuos de determinadas inclinaciones, hemos pasado a subvencionarles sus fiestas; de despreciar y explotar a algunas razas, hemos pasado a protegerlas y a integrarlas. Y eso lo hemos visto justo, porque lo es. ¿Por qué esta carga, en principio burlesca, contra todo lo que derive de la fe en Dios? Soy hombre de dudas, pero espero serlo también de respetos. No he pasado —como algunos— de besarle el anillo al obispo a morderle la mano, pero parece que, para estar en son con no sé qué tiempos y no sé qué tendencias, hay que darse más a la blasfemia que a la oración, hay que darle palos a Dios, no sé por qué venganza, por qué odio, por qué ceguera, por qué error. Dejen en paz a Dios y a los cristianos. Un respeto, siquiera como con otras inclinaciones.
A. García Barbeito
www.abc.es
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