Los hackers originales habían abandonado la universidad para dedicarse a los más variados quehaceres relacionados con la informática. Ya no eran hippies, sino emprendedores o trabajadores de las mejores empresas. Las nuevas generaciones se interesaban más por pergeñar videojuegos que por crear, compartir y usar software de otro tipo. Sólo un cabezota resistía. Se llamaba Richard Stallman. |
Stallman era un fanático seguidor de la ética hacker que llegó al laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT en 1971. Su principal logro allí fue Emacs, un editor de texto para programadores que hoy en día es la elección de cualquier hacker que se precie. Pero pronto se hizo famoso por sus campañas para que la gente empleara contraseñas vacías o por sabotear los sistemas de seguridad para que se viesen las contraseñas en pantalla, lo que las hacía bastante inútiles, claro. Todo por aquello de que la información debía ser libre. Cualquier otra alternativa le parecía fascista.
Dos cosas le llevarían a dejar el laboratorio. La primera fue una impresora láser, la primera que se comercializó, la Xerox 9700. La empresa no permitía que se modificara el código del controlador del dispositivo, como había hecho siempre Stallman, de modo que no podía cambiarlo para que avisara al usuario mediante un mensaje electrónico de que su impresión estaba lista, algo bastante útil cuando el aparatejo está en una planta distinta al lugar donde trabaja el susodicho y sufrido usuario.
Lo más grave, no obstante, fue la lucha que se estableció entre LMI y Symbolics, dos empresas fundadas por miembros del laboratorio y dedicadas a construir ordenadores pensados específicamente para la inteligencia artificial. Las dos crearon software no modificable, algo que para Stallman era anatema; pero la segunda además contrató prácticamente a todos los buenos hackers del laboratorio. Stallman se quedó solo y decidió vengarse haciendo para LMI ingeniería inversa del software de las máquinas de Symbolics que el laboratorio había comprado y programando una alternativa para que LMI pudiera competir.
Aquello forzó a la dirección del laboratorio a prohibir hacer cosas como las que hacía Stallman, así que el tipo se largó. Desde 1984 se dedicó a tiempo completo a trabajar en el proyecto GNU. La idea era recrear todo el sistema operativo compatible con Unix bajo una licencia que permitiera a cualquiera modificarlo; una licencia que en sí misma encarnara la ética hacker, que había visto destruirse en el mismo lugar donde había nacido. Creo así el concepto de software libre, que permite a cualquiera usarlo, copiarlo, distribuirlo y modificarlo, siempre y cuando se distribuya bajo el mismo esquema. Algo que impediría que alguien más sufriera las restricciones que él padeció con la dichosa Xerox.
La verdad es que Linux era bastante cutre. Pero comenzó a mejorar muy rápido gracias a su sistema de desarrollo: cientos de voluntarios trabajaban de forma relativamente autónoma a través de internet, y se lanzaban nuevas versiones semanalmente. Eran los usuarios los que con sus quejas y peticiones terminaban dictaminando qué mejoras se quedaban y qué debía corregirse: aquello era Darwin (o Hayek) en estado casi puro. De modo que pronto estuvo al nivel requerido, y junto a las herramientas que había creado Stallman los hackers ya tenían un sistema operativo completo para PC.
El éxito de Linux demostró que podían abordarse grandes proyectos con programadores voluntarios que se coordinasen a través de internet. Pronto un gran número de programas creados para el nuevo sistema operativo lo convirtieron en algo útil fuera del gueto de los hackers. Pero, pese a todo, el crecimiento del software libre seguía siendo modesto. No fue hasta comienzos de 1998 que algo empezó a cambiar. Netscape, que estaba perdiendo su lucha contra Microsoft en el mercado de los navegadores, anunció que abriría el código de su programa estrella para poder competir. De aquella decisión nacería, años después, Firefox. Pero el principal fruto no fue un programa sino un nuevo aire de respetabilidad para el software libre. Ya no era anatema. Había quien pensaba, incluso, que las empresas podían ganar dinero con programas de los que no podían vender copias sin más porque copiarlo era perfectamente legal.
Así que el software libre pasó a formar parte del paisaje de la informática. Si bien Linux sigue siendo utilizado principalmente en servidores y no en los ordenadores de los usuarios, raro es el que no tiene algún programa libre en su disco duro. Los hackers han logrado ganar en muchos mercados a las empresas que venden sus programas. La ética hacker ha ganado. ¿O no?
Richard Stallman, desde luego, piensa que no. No le hacen ninguna gracia los derroteros que ha terminado siguiendo su invento. Cree que gente más pragmática como Torvalds, que emplea el software libre principalmente como una manera mejor de hacer las cosas, actúa en contra de los valores del mismo. Para él, un usuario que libremente compra Windows u Office no es realmente libre.
Linus, por su parte, cree que Stallman es como esos testigos de Jehová que llaman a tu puerta para decirte cómo vivir tu vida e intentar salvar tu alma. El software libre es una forma mejor de hacer las cosas, y punto. Pero bueno, nadie dijo que tuvieran que ser amigos.
Pinche aquí para acceder al resto de la serie CEROS Y UNOS.
Daniel Rodríguez Herrera
http://historia.libertaddigital.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário