Apenas unas horas después de que el ejército israelí matara en defensa propia a una decena de activistas de la mal llamada Flotilla de la Libertad, el Gobierno español no dudó un momento en llamar al embajador israelí, Rafael Schutz, para exigirle explicaciones por los "graves", "preocupantes" y "desproporcionados" hechos acaecidos. El propio PSOE, por boca de Elena Valenciano, no tardó ni unas horas en "condenar energéticamente (...) este inadmisible ataque". Posteriormente supimos que el Mavi Marmara era un buque organizado por Hamas para provocar precisamente una reacción sangrienta con la que volver a incitar el odio hacia Israel por parte de la comunidad internacional.
No en vano, Hamas sabía que su estrategia no caería en saco roto, pues el ambiente antisemita que se respira en la mayoría de Gobiernos occidentales (no hablemos ya de los no occidentales) propicia que cualquier actuación discutible del Estado de Israel se convierta en una causa general contra todo lo judío.
Mejor le habría ido a Israel de haberse transmutado en Marruecos. Cinco días después de que el ejército marroquí entrara en El Aaiún y asesinara a varios saharauis –incluido uno de origen español–, el Gobierno español sigue sin condenar su actuación. La nueva ministra de Exteriores ha justificado su pusilanimidad en que "hay un flujo de informaciones contradictorias
Se podrá pensar que el doble rasero del PSOE, que condena al Estado de Derecho israelí con las mismas prisas con las que disculpa a la dictadura marroquí, se debe a una simple táctica comercial. Zapatero ya lo dejó claro en su momento al firmar que "el Gobierno pone por delante los intereses de España", lo que sólo puede significar o que los intereses de España pasan por promocionar las autocracias o que está dispuesto a vender nuestra dignidad y nuestros principios por 30 monedas de plata.
Sin embargo, esta ingenua interpretación no casa demasiado bien con un Gobierno tan ideologizado y tan despreocupado por la economía como el de Zapatero. En realidad, la explicación a tamaña hipocresía hay que buscarla en otra parte: en la judeofobia, esa actitud tan típicamente occidental de enjuiciar a los judíos con una vara de medir distinta que al resto del mundo.
Para ser antisemita no es necesario militar en un partido neonazi ni hacer apología del odio contra Israel; basta para ello con excusar a los antisemitas activos y con disimular las propias pulsiones antijudias detrás de un doble lenguaje que permite censurar siempre y en todo momento la actuación de los israelíes. Nunca nos cansaremos de denunciar esta sofisticada hipocresía detrás de la que se esconde la secular judeofobia de la izquierda y de la derecha. En momentos como éstos, es imprescindible recordarlo.
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