quinta-feira, 4 de novembro de 2010

Léon Werth existe

Cuando leí por primera vez El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, a mis dieciséis años y siendo un mal alumno de la Alianza Francesa de Buenos Aires, me llamó la atención la dedicatoria: "A Léon Werth cuando era niño"; más aún porque iba precedida de una justificación.


Decía (y sigue diciendo) Saint Exupéry:

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo aun una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria: A Léon Werth cuando era niño.

(Nunca he llegado a comprender por qué su autor creía que El Principito era un libro para niños, si bien acepto la posibilidad de seguir siendo yo un niño ahora, pasados mis sesenta años).

Como cualquier otro lector de entonces, yo carecía de medios para averiguar quién era Léon Werth. No contaba con internet y en la biblioteca de la Alianza, a la que acudí por la intuición de que podía ser otro escritor, no había o no encontraron ningún libro suyo. Pasaron años, volví a encontrarlo en otras obras de su amigo, mencionado en los textos y luego, otra vez, en una dedicatoria, la de Carta a un rehén, que me parece el mayor de los libros del gran aviador, emocional y literariamente superior a El Principito. En realidad, no se trataba únicamente de una dedicatoria, sino que la primera parte de la obra, "Lettre à un ami", estaba destinada a servir de prólogo a 33 días, de Werth. Pero yo ignoraba todo eso.

Tardé un lustro en dar con Werth: fue finalmente en París, en un viaje hecho a los veintiún años para darme de narices con el mito cultural francés de mi familia, cuando mi finado amigo Gerald me puso delante, en la Biblioteca Nacional, Cochinchine y Clavel Soldat, pero no 33 Jours, que no estaba publicado. Comprendí, en cualquier caso, que se trataba de un inmenso escritor. Gerald, que era un sabio rastreador de historias literarias, me habló de la amistad entre los dos hombres, Werth y Saint-Exupéry, y de cosas misteriosas que habían sucedido en la primera etapa de la ruin entrega de Francia a los nazis por Pétain, cuando Werth abandonó su casa para refugiarse en su casa del Jura, a pasar "hambre y frío". Sabia decisión que le permitió sobrevivir hasta 1955: en París, probablemente, hubiese seguido el camino sombrío del Velódromo de Invierno, la deportación vía Drancy a cualquier campo de exterminio, como correspondía a su condición de judío.

Los 33 días del título de la obra corresponden al tiempo que Werth y su familia tardaron en hacer el camino de la capital francesa al Jura, un trayecto relativamente breve, por una carretera atestada de gente en fuga en la que había que avanzar a paso de hombre aunque se llevara, como era el caso, un Bugatti; muy machacado, todo hay que decirlo. En la contraportada de esta edición se recuerda que Saint Exupéry escribió en Piloto de guerra que Werth oyó en la carretera "palabras profundas que contará en un gran libro".

(Permítaseme otra digresión: hace poco reseñé en estas mismas páginas La agonía de Francia, de Manuel Chaves Nogales, obra que sirve a las mil maravillas como introducción a este texto de Werth).

En octubre, Werth confió su manuscrito a Saint Exupéry, quien lo envió a su editor en Nueva York y redactó ese prólogo que acabaría por formar parte de la Carta a un rehén. Desde ahí se pierde el rastro de la obra, puesto que Saint Exupéry desapareció en un vuelo de la Francia Libre de De Gaulle, probablemente en las inmediaciones de Marsella, en 1944. Desconozco el modo en que la editora Viviane Hamy descubrió el original de Werth, que finalmente publicó en 1992. Entre 1990 y 2000, ella misma reeditó varias obras del autor, devolviéndolo a un público quizás más adecuado que el de la inmediata posguerra. En 2005, al cumplirse el medio siglo de la muerte de Werth, se le hicieron unos cuantos homenajes, probablemente tan llenos de buenas intenciones como de hipocresías, tan caras a nuestros vecinos transpirenaicos.

La edición española aparece exactamente sesenta años después de la escritura de la obra. Mérito de Veintisiete Letras, editorial de selecto e imprescindible catálogo.

LÉON WERTH: 33 DÍAS. Veintisiete Letras (Madrid), 2010, 176 páginas. Traducción: José María Solé Mariño.

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