Cuando Stalin, en Yalta, le espetó a Winston Churchill: «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?» estaba planteando una de esas preguntas «del millón» cuya respuesta exacta siempre se nos escapa. Koba el Temible no vivió lo bastante para saber que había puesto el dedo en su tenebrosa llaga. Por pura potra, claro; lo mismo que aquel burro que tocó la flauta. Es ocioso decir que la pregunta del millón la contestó con creces un Papa polaco y que, hoy por hoy, el padre de los pueblos (que devoraba a su progenie con saturnal antropofagia) tendría que envainarse la fanfarronada. Así pues, padrecito, guía de desvalidos, martillo de opresores, luz del proletariado: ¿De cuántas divisiones disponía el Santo Padre?
Los comunistas chinos -que jamás estuvieron bien vistos por Stalin- en vez de escarmentar en la cabeza nauseabunda del criminal georgiano, han cometido el mismo error al enfrentarse a tumba abierta con el Dalai Lama. En el camino de todo Goliat siempre hay algún David presto a desafiarle. Y siempre es la soberbia, no sólo la pedrada, la que tumba al gigante y decide la batalla. Porque, si es cierto que la fe puede mover montañas, los jerifaltes del Comité Central van a tener que retratarse por mucho que se escondan detrás del Himalaya. La revuelta del Tíbet ha colocado a los occidentales entre la beatitud del azafrán y la estridencia de la sangre. China ha sido absuelta de su cotidianidad culpable con el pretexto de un futuro henchido de esperanza.
¿Absuelta? Otro eufemismo: no ha sido ni encausada. A las moscas golosas que acuden al panal para caer de patas en la miel del mercado tanto les da que las celdillas sean celdas y que la cera se administre a garrotazos. O que mientras rematan un negocio se remate a la gente con un tiro de gracia. A esa gente que, encima, ha de pagar la bala.
Tenzin Gyatso, en lo político, abandera una causa perdida de antemano. Los herederos del imperio del camarada Mao -hacendosos artífices del milagro económico y verdaderos impulsores del «gran salto hacia delante»- nunca renunciarán ni a un grano de arena del territorio tibetano. Desde el punto de vista del liderazgo del espíritu, el asunto suscita infinidad de interrogantes. Y el primero sigue siendo, todavía, la «boutade» de Stalin en la mesa de Yalta: «¿Cuántas divisiones tiene el Dalai Lama?». El camino del Buda -que es un «gadget» exótico, amén de una sabiduría milenaria- ha cruzado la vacuidad de la «new age» recogiendo a su paso los restos del naufragio. Las estrellas de Hollywood, los aristócratas del «rock», los que manejan los resortes de la sociedad mediática, se han juramentado para apoyar al Tíbet a la cabeza de un ejército de cámaras. El Primer Mundo percibe a Richard Gere como si fuese un sucedáneo de Pedro el Ermitaño predicando urbi et orbi la primera Cruzada. Y, con la cita olímpica humeando en el plato, cuanto más chic es la denuncia, el shock es más traumático.
Pero no están los tiempos para revoluciones místicas y las llamadas al boicot (que al menos han logrado hacer que Sarkozy salga en alguna foto con la bragueta abotonada) son fuegos de artificio con pólvora mojada. China, ha escrito Guy Sorman en «El año del gallo», es una fantasía que lleva cuatro siglos almacenada en el desván de nuestro imaginario. O una sombra chinesca, por explotar la redundancia. La última ficción es que la democracia ha de llegar a lomos de un Ferrari que atravesará las avenidas de Shangai mientras los rascacielos se inclinan a su paso. La libertad, entonces, se vestirá de Prada (lo mismo que el diablo) y vaya usted a saber si el modelete es falso. Pero la prodigiosa epifanía no se producirá mañana. La tiranía es muy consciente de que en Lhasa se le ha ido la mano y, algo más grave aún, ha metido la pata. No volverá a ocurrir: los muertos, desde ahora, tienen estrictamente prohibido convertirse en mártires. ¿Qué ocurrirá, entre tanto, con las fuerzas de choque del venerable Dalai Lama? Se quedarán empantanadas. Nadie lleva la cuenta de las víctimas si las cuentas les salen.
Tomás Cuesta
www.abc.es
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Don Tomás Cuesta, gran periodista (ABC, Cadena Cope)
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