Dice Luis María Ansón: "En un país democrático como España puede ser ministro de Defensa un militar o un civil, un hombre o una mujer, un homosexual o una lesbiana, un joven de dieciocho años o un anciano de noventa, un cristiano o un budista, un inmigrante negro nacionalizado o una inmigrante china también nacionalizada. No puede producirse según la Constitución española discriminación alguna por razón de sexo, raza o religión". Sin embargo, añade, "la atención al bien común del ciudadano exige que el ministro de Defensa –hombre o mujer, civil o militar, cristiano o budista, joven o anciano, homosexual o lesbiana, negro o chino– sea competente. En materia tan delicada como la militar se precisa al frente del ministerio a persona con méritos suficientes, con conocimiento de causa reconocido, tal vez con publicaciones sobre la materia".
No me parece muy acertado. Un ministro, en cualquier cargo, no tiene por qué ser competente, de hecho la mayoría de ellos no lo son. Las ministras de Zapatero han demostrado, sin excepción, una fundamental incompetencia (acompañada de una no menos fundamental caradura), y su única excusa es que sus colegas masculinos no les van a la zaga: ¿no fue Bono ministro de Defensa? Ahí sí hay igualdad. En cuanto a los méritos suficientes, suelen depender más de la apreciación del partido y de su baranda que de criterios mínimamente objetivos. Esto ocurre con todos los gobiernos, pero de modo más acentuado con el actual presidente rojo, digo nazi, digo rojo –la confusión es fácil–. Para este personaje son méritos importantes unas demostradas actitudes anti españolas, anti constitucionales y anti militares (y anti franquistas, claro); y la Chacón reúne esos méritos, al igual que los restantes ministros. Cualquiera podría desempeñar el cargo, también Zerolo, por supuesto.
El problema de fondo radica en lo que "puede ser" y lo que "conviene" o "debe ser". Obviamente, un muchacho de 18 años puede ser ministro, y en la historia tenemos casos de personajes muy jóvenes que llegaron a altos cargos y a veces los desempeñaron bien. Hacia esa edad iniciaría Augusto su fulgurante carrera política, en la que demostraría muy pocos escrúpulos, aunque terminara moderándose y concluyendo como el mejor emperador de Roma. Ejemplos nunca faltarán. Pero deducir de ahí que, en general, los muchachos de 18 años pueden gobernar tan bien como personas de más experiencia –aun teniendo en cuenta lo desastrosamente que lo hacen personajes de más edad tipo Zapo– es una burla del sentido común.
En teoría, el Gobierno puede componerse mayoritariamente de budistas o musulmanes, pero eso difícilmente lo admitiría una sociedad que no es budista ni musulmana y no se sentiría representada. También podría gobernar, si reuniera los votos necesarios, un Gobierno fascista o comunista... a condición de que respetase la Constitución, las libertades y la unidad de España, cosa en la práctica muy improbable. De hecho, el presidente rojo, digo nazi, digo rojo (rojo significa de espíritu chequista: véase su ley de memoria histórica), no respeta ninguna de las tres, algo mucho más grave que la ineptitud en los cargos; y se lo está permitiendo, más, facilitando, una oposición complaciente e irrisoria, colaboradora en la delictiva farsa.
Lo mismo vale para el cuento de la igualdad. La igualdad ante la ley no implica otras igualdades, y la mujer, afortunadamente, siempre será distinta del varón, no solo en lo físico, sino por temperamento e inclinaciones. Sin que deje de haber excepciones: ya desde la infancia se aprecian niñas y niños con rasgos de carácter peculiares, unas con afición a los deportes violentos y otros amantes de las muñecas y las casitas. Pero son la excepción que no debe convertirse en regla. Con el mismo cuento de la "igualdad" cabría reivindicar un Gobierno con la proporción de obreros, campesinos, jóvenes o ancianos correspondiente a su proporción social. No es probable que un Gobierno así actuase con mayor irresponsabilidad que el actual, pero la democracia nada tiene que ver con esas igualdades y proporciones.
Pío Moa
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