Es fantástico escribir en la mente, pero es un fastidio también cuando la musa se queda allá arriba. ¡Tuvieron que pasar cuarenta días, con cuarenta noches -y no hay nada místico en esto- para que pudiera escribir. ¡Ya puedo escribir¡ ¡Ya escribo, Dios santo! Escribo. Y les escribo, mis lectores, de cuando me enteré que era un hombre libre, de cómo alcancé la libertad y de los a favor y en contra de que solicite refugio político cuando, en mi caso, se supone que esa decisión no requiere intemperancia alguna.
Recuerdo que eran más o menos entre las nueve y las diez de la noche cuando dos carceleros se aparecieron a la sala de enfermos -sala B del hospital de la prisión Boniato- donde me encontraba en ese momento y me dijeron: «Vístete correctamente que quieren hablar contigo». Realmente, no me sorprendió que a esa hora alguien viniera a verme. Vivía a las expectativas, pues había pasado recientemente por un proceso médico para el otorgamiento de la licencia extrapenal por presentar enfermedades incompatibles con el régimen penitenciario al que estaba sometido y la posibilidad de ser excarcelado podía ocurrir de un momento a otro. No como ocurrió, que no lo podía ni siquiera imaginar (ni por mi mente pasaba) cuando el propio jefe de la «seguridad del estado» en Santiago de Cuba, teniente coronel Julián, personalmente me comunicó la sorpresiva noticia. No ocultó su insatisfacción y tras comunicarme que la dirección de la «Revolución» decidió darme la extrapenal y la posibilidad de viajar a España, dijo: «Serás un hombre libre y puedes hacer con tu vida lo que quieras; sólo te aconsejo que te abstengas de hacer declaraciones cuando llegues allá y deja eso de la oposición». ¡Tate quieto!
Toda una vida he sido consecuente con mis principios cívicos y democráticos y ahora no voy a dejar de serlo, máxime cuando dejé atrás no sólo a los 55 hermanos de lucha encarcelados injustamente, viviendo en condiciones infrahumanas y sometidos a un oprobioso régimen penitenciario, sino a decenas de prisioneros políticos que el régimen castrista se niega a reconocer como tal. Mi llegada a territorio español, el pasado 17 de febrero, puso término a una vida de persecución y castigo político por más de quince años, los mismos que dejé pendiente de condena en Cuba. Mi historia de perseguido y castigado político comenzó en 1992, tras fundar la organización opositora Movimiento Cívico-Cristiano Pro Derechos Humanos Patria, Independencia y Libertad, y como consecuencia fui encarcelado por el supuesto delito de «salida Ilegal del territorio nacional».
Desde que hizo su aparición en la palestra pública el Proyecto del Instituto Independiente Cultura y Democracia fuimos acosados y hostigados miembros y colaboradores. Entre 2001 y 2003 me arrestaron en dieciséis ocasiones, me retuvieron en mi casa decenas de veces y me endilgaron doce actas de advertencia, todas por las actividades disidentes que llevaba a cabo.
En la llamada Primavera Negra del 2003, me condenaron a veinte años de privación de libertad, sentencia dictada bajo la Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba.
Realmente, me encarcelaron por actividades opositoras como las de ejercer el periodismo independiente, activismo de derechos humanos y pedir cambios democráticos en la Isla mediante la solicitud de referéndum del Proyecto Varela, una iniciativa legislativa respaldada por 11.020 ciudadanos. En la Prisión Provincial de Jóvenes de Villa Clara, Prest de Santa Clara, a unos setecientos kilómetros de mi casa, pasé los dos primeros años de condena. Fui sometido al régimen de máxima severidad carcelaria, sin libertad intelectual y en absoluto confinamiento en una celda de castigo. En esa ergástula castrista sistemáticamente violaron mi correspondencia.
Dejé de apuntar mis vivencias carcelarias porque en varias ocasiones se incautó mi Diario.
En febrero de 2005 fui trasladado a la Prisión Nacional Boniato. Allí pasé los peores momentos de mi vida en prisión: viví hacinado, comí alimentos podridos, fui agredido por presos comunes y no hubo día en que no tuviese un disgusto o tuviera que enfrentar a la policía carcelaria, léase policía política. Entre el 17 de octubre y el 11 de noviembre de 2006 llevé a cabo una huelga de hambre reclamando atención médica, asistencia religiosa, no tener limitaciones en los productos y peso en la jaba de alimentos, que no se me pintara una «P» en mis prendas propias, que me devolvieran libros y cartas decomisados, que se acabaran los abusos y atropellos de la policía carcelaria y el derecho a recibir los beneficios del sistema penitenciario cubano. Cuando publiqué «El Boniateño», periódico que edité en Boniato, me negaron la asistencia médica y no dejaron pasar más los medicamentos que me llevaba mi familia para contrarrestar las enfermedades presentadas. El capitán Evelio Arrate Mustelier, funcionario de la «seguridad del estado», dio la orden de que no hubiese condescendencia conmigo y el jefe de la policía carcelaria, capitán Alain Rivero Montero, cumplió la orden al pie de la letra.
En prisión aparecieron los problemas circulatorios, hipertensión arterial, hernia hiatal con esofagitis grado II, pangastritis, cirrosis hepática. Además, contraje dermatitis seborreica y debuté como diabético. En mi poder tengo el resumen del chequeo médico que me hicieron recientemente en el Hospital Gómez Ulla, donde confirmé estas patologías denunciadas muchas veces por mí y por mi familia.
Gracias a gestiones del Gobierno español, que se interesa por la situación de los prisioneros políticos en el mundo y de manera especial por prisioneros políticos cubanos, llegué a este país en un avión de la Fuerza Aérea Española. El ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, habló de mí y de mis compañeros antes y cuando llegamos, subrayando lo anteriormente indicado. Espero, por eso, que mi determinación no cause molestias, ni conlleve que me quiten el apoyo económico que han venido dándome desde que llegué. Y en ese sentido, me remito a las palabras de Trinidad Jiménez: «No se preocupen, que todo se resolverá, lo resolveremos poco a poco y nunca les faltará nuestra ayuda».
En resumidas palabras, puedo decir que llevo más de quince años luchando contra la dictadura castrista, fui encarcelado varias veces por realizar actividades opositoras, caí enfermo en prisión, y estas enfermedades ponen en peligro mi vida si vuelvo a ser encarcelado; las personas que dependen de mí quedarían indefensas si vuelvo a la cárcel. Todas estas circunstancias están acreditadas en informes de derechos humanos de organizaciones internacionales y organismos mundiales. De más está decir que mi decisión de solicitar refugio político no obedece a problemas de salud. Si mañana vuelvo a Cuba me niegan trabajo, me retiran la licencia extrapenal y me llevan a prisión privándome de cuidados médicos, como han venido haciendo a lo largo de estos años. Mi libertad, mi seguridad y mi vida corren peligro en Cuba.
José Gabriel Ramón Castillo
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