Una mañana, en Santa Elena, Napoleón confesó a Les Cases que el gran error de su Francia imperial había sido la "maldita guerra de España". Pero el corso, aquel tirano que soñó con imponer a Europa un único modelo de sociedad, no admitía su responsabilidad: la culpa había sido de Joaquín Murat y de Tayllerand, que le habían pintado una España muy distinta de la que se encontró.
No dijo toda la verdad Bonaparte aquella mañana: en 1794 él mismo había elaborado un informe para el Directorio sobre la naturaleza ignorante y supersticiosa de los españoles, quienes, aseguraba, quedarían fascinados ante el despliegue militar y político de la Francia revolucionaria. La clave, explicaba, residía en ocupar España sin que los españoles se sintieran invadidos, pues eran "temibles" en su propio terreno. Había que atacar a Alemania, "jamás a España", concluía.
Años después, el entonces emperador tomaría una decisión que chocaba de frente con lo que había expuesto en aquellos papeles.
Napoleón invadió España porque la corte borbónica era débil. Inmersa en un vergonzoso conflicto personal, la Familia Real se entregó a los intereses franceses y dejó como árbitro de la crisis al emperador. Godoy ansiaba un pedazo de Portugal, y el príncipe Fernando, mediante su matrimonio con una Bonaparte, hacer de su propio país un eficiente satélite de Francia.
Ya a finales de 1807, Napoleón pensó que sustituiría a los Borbones y a los Braganza por miembros de su familia. Su objetivo era aprovecharse mejor de los recursos naturales de España y Portugal y reforzar el bloqueo de Inglaterra. ¿Guerra en España? Napoleón no creía que fuera a haber tal; ni siquiera en junio de 1808, cuando ya todo el país se había levantado contra sus fuerzas. Aquellos españoles irreductibles convirtieron la ocupación en un auténtico calvario para los franceses.
Emilio de Diego, profesor de Historia Contemporánea en la Complutense de Madrid y uno de las mayores especialistas en la Guerra de la Independencia, ha escrito un excelente libro para explicar por qué España fue el "infierno de Napoleón".
A juicio de De Diego, Bonaparte cometió cuatro errores: 1) creyó que podría sustituir sin resistencias las casas reinantes en España y Portugal y alterar las fronteras de ambos reinos; 2) pensó que, si finalmente estallaba, la guerra en España sería breve, de ahí que enviara un ejército conformado por soldados de reemplazo, sin instrucción ni pertrechos; 3) tenía la delirante idea de que España era un país rico, y que controlándolo controlaría el mercado hispanoamericano y las remesas de plata, lo que le permitiría financiar la guerra en Europa; 4) creyó que, al igual que había hecho en Francia, en España podría erigir, a base de reformas y liberalizaciones, una Iglesia nacional, separada de Roma.
Pero es que, además, resultó que la gran mayoría de los españoles rechazó los planes del nuevo tirano. Sin rey ni autoridades civiles confiables, la nación asumió la soberanía y se opuso a ese cambio que querían imponerle sin su consentimiento. El resultado fue la formación de un gobierno, la Junta Central, que, a diferencia de otros gabinetes europeos, nunca capituló, ni siquiera cuando Napoleón conquistó Madrid, el 4 de diciembre de 1808. Tomar la capital no sirvió de mucho al francés porque el Gobierno de Floridablanca siguió adelante con la guerra desde Sevilla, primero, y luego, desde Cádiz. Por otro lado, el Ejército español, mal pertrechado y repleto de voluntarios sin instruir, aunque caía una y otra vez, continuamente recomponía sus filas para seguir en la contienda. El bando español sufrió sonoras derrotas, pero no conoció ningún Austerlitz...
De Diego hace una buena narración de la guerra, realista y amena, sin mitificaciones, que ilustra con unos mapas esclarecedores, y concluye con una exposición de sus más amargas consecuencias. En este punto, cabe recordar que la mortalidad alcanzó cotas jamás vistas en nuestro país, ni siquiera en la última guerra civil. Por lo que hace a las repercusiones económicas y al quebranto de las comunicaciones, no fue lo que cierta "pulsión nacionalista" (p. 475) dice que fue, por la simple razón de que no había demasiadas cosas que quebrantar. En cuanto al expolio del patrimonio artístico, cabe achacarlo al pillaje francés e inglés... y a la generosidad de Fernando VII, que regaló a Wellington lo que éste había robado.
Con todo, la consecuencia más dañina fue la imagen que los españoes se hicieron de sí mismos; una imagen generada en el exterior y que los pintaba como gente salvaje, distinta (léase "inferior") a la del resto de Europa. Goya incidió en ello, y el regodeo en los desastres de la guerra dio origen, al decir de De Diego, a esa frustración y a ese pesimismo que todo lo excusan en el ser español ("¡En este país...!").
Esta visión negativa de lo español, con sus peticiones constantes de perdón, ha encontrado un altavoz eficaz en cierta historiografía, que considera la Guerra de la Independencia una invención burguesa y españolista que ocultó la realidad de un conflicto civil. Para Emilio de Diego, esto responde a "planteamientos político-partidistas", no a un "debate historiográfico mínimamente riguroso" (p. 18). Él, ajeno a esa interpretación, afirma que se trató de una guerra total, a un tiempo tradicional y moderna.
Solamente desde este punto de vista, tan apegado al proceso histórico y a los documentos, se puede concluir que la Guerra de la Independencia es el gran acontecimiento de la contemporaneidad española. Fue entonces cuando se cimentaron los pilares sobre los cuales ha girado la vida política de nuestro país: la nación como sujeto político soberano, el patriotismo ligado a la libertad y el constitucionalismo. El reconocimiento de esta aportación nos saca del pozo de los complejos. Y este libro ayuda a ello.
Jorge Vilches
Emilio de Diego: España, el infierno de Napoleón 1808-1814. Una Historia de la Guerra de la Independencia. La Esfera (Madrid), 2008, 591 páginas.
No dijo toda la verdad Bonaparte aquella mañana: en 1794 él mismo había elaborado un informe para el Directorio sobre la naturaleza ignorante y supersticiosa de los españoles, quienes, aseguraba, quedarían fascinados ante el despliegue militar y político de la Francia revolucionaria. La clave, explicaba, residía en ocupar España sin que los españoles se sintieran invadidos, pues eran "temibles" en su propio terreno. Había que atacar a Alemania, "jamás a España", concluía.
Años después, el entonces emperador tomaría una decisión que chocaba de frente con lo que había expuesto en aquellos papeles.
Napoleón invadió España porque la corte borbónica era débil. Inmersa en un vergonzoso conflicto personal, la Familia Real se entregó a los intereses franceses y dejó como árbitro de la crisis al emperador. Godoy ansiaba un pedazo de Portugal, y el príncipe Fernando, mediante su matrimonio con una Bonaparte, hacer de su propio país un eficiente satélite de Francia.
Ya a finales de 1807, Napoleón pensó que sustituiría a los Borbones y a los Braganza por miembros de su familia. Su objetivo era aprovecharse mejor de los recursos naturales de España y Portugal y reforzar el bloqueo de Inglaterra. ¿Guerra en España? Napoleón no creía que fuera a haber tal; ni siquiera en junio de 1808, cuando ya todo el país se había levantado contra sus fuerzas. Aquellos españoles irreductibles convirtieron la ocupación en un auténtico calvario para los franceses.
Emilio de Diego, profesor de Historia Contemporánea en la Complutense de Madrid y uno de las mayores especialistas en la Guerra de la Independencia, ha escrito un excelente libro para explicar por qué España fue el "infierno de Napoleón".
A juicio de De Diego, Bonaparte cometió cuatro errores: 1) creyó que podría sustituir sin resistencias las casas reinantes en España y Portugal y alterar las fronteras de ambos reinos; 2) pensó que, si finalmente estallaba, la guerra en España sería breve, de ahí que enviara un ejército conformado por soldados de reemplazo, sin instrucción ni pertrechos; 3) tenía la delirante idea de que España era un país rico, y que controlándolo controlaría el mercado hispanoamericano y las remesas de plata, lo que le permitiría financiar la guerra en Europa; 4) creyó que, al igual que había hecho en Francia, en España podría erigir, a base de reformas y liberalizaciones, una Iglesia nacional, separada de Roma.
Pero es que, además, resultó que la gran mayoría de los españoles rechazó los planes del nuevo tirano. Sin rey ni autoridades civiles confiables, la nación asumió la soberanía y se opuso a ese cambio que querían imponerle sin su consentimiento. El resultado fue la formación de un gobierno, la Junta Central, que, a diferencia de otros gabinetes europeos, nunca capituló, ni siquiera cuando Napoleón conquistó Madrid, el 4 de diciembre de 1808. Tomar la capital no sirvió de mucho al francés porque el Gobierno de Floridablanca siguió adelante con la guerra desde Sevilla, primero, y luego, desde Cádiz. Por otro lado, el Ejército español, mal pertrechado y repleto de voluntarios sin instruir, aunque caía una y otra vez, continuamente recomponía sus filas para seguir en la contienda. El bando español sufrió sonoras derrotas, pero no conoció ningún Austerlitz...
De Diego hace una buena narración de la guerra, realista y amena, sin mitificaciones, que ilustra con unos mapas esclarecedores, y concluye con una exposición de sus más amargas consecuencias. En este punto, cabe recordar que la mortalidad alcanzó cotas jamás vistas en nuestro país, ni siquiera en la última guerra civil. Por lo que hace a las repercusiones económicas y al quebranto de las comunicaciones, no fue lo que cierta "pulsión nacionalista" (p. 475) dice que fue, por la simple razón de que no había demasiadas cosas que quebrantar. En cuanto al expolio del patrimonio artístico, cabe achacarlo al pillaje francés e inglés... y a la generosidad de Fernando VII, que regaló a Wellington lo que éste había robado.
Con todo, la consecuencia más dañina fue la imagen que los españoes se hicieron de sí mismos; una imagen generada en el exterior y que los pintaba como gente salvaje, distinta (léase "inferior") a la del resto de Europa. Goya incidió en ello, y el regodeo en los desastres de la guerra dio origen, al decir de De Diego, a esa frustración y a ese pesimismo que todo lo excusan en el ser español ("¡En este país...!").
Esta visión negativa de lo español, con sus peticiones constantes de perdón, ha encontrado un altavoz eficaz en cierta historiografía, que considera la Guerra de la Independencia una invención burguesa y españolista que ocultó la realidad de un conflicto civil. Para Emilio de Diego, esto responde a "planteamientos político-partidistas", no a un "debate historiográfico mínimamente riguroso" (p. 18). Él, ajeno a esa interpretación, afirma que se trató de una guerra total, a un tiempo tradicional y moderna.
Solamente desde este punto de vista, tan apegado al proceso histórico y a los documentos, se puede concluir que la Guerra de la Independencia es el gran acontecimiento de la contemporaneidad española. Fue entonces cuando se cimentaron los pilares sobre los cuales ha girado la vida política de nuestro país: la nación como sujeto político soberano, el patriotismo ligado a la libertad y el constitucionalismo. El reconocimiento de esta aportación nos saca del pozo de los complejos. Y este libro ayuda a ello.
Jorge Vilches
Emilio de Diego: España, el infierno de Napoleón 1808-1814. Una Historia de la Guerra de la Independencia. La Esfera (Madrid), 2008, 591 páginas.
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