Tony Blair es aquel señor que salía en la foto de las Azores y al que Zapatero nunca se lo echa en cara. Gracias a avales como ése ahora está comisionado por el Cuarteto -USA, Rusia, UE y ONU, o sea, el mundo entero- para mediar en el conflicto de Oriente Medio. El pasado lunes en Barcelona Blair dio un tour d´horizon planetario en el que dedicó no poca atención a China coincidiendo con la penosa marcha planetaria de la antorcha olímpica hacia Pekín. «No quiero ignorar el problema del Tíbet, pero hay que integrar a China en la comunidad internacional» fue la frase con la que plasmó su pragmatismo. El negocio olímpico intuyó que en el año 2008 la economía china estaría dando el gran salto adelante -como así es. Lo que no podía suponer nadie es que el frágil símbolo de la antorcha portada por indefensos corredores se iba a convertir en objetivo de una movilización internacional que iba a empañar ante la opinión pública mundial la imagen que intenta proyectar la nueva China.
Occidente tiene aquí uno de sus mayores retos. Nadie discute seriamente la flagrante violación de los derechos humanos que aún hoy se da en China. Pero en el otro lado de la balanza están datos que Blair recordó en Barcelona. Hoy en Europa un cuatro por ciento de la población se dedica a la agricultura mientras en China es el 60 por ciento. En veinte años ese sesenta por ciento de chinos se dedicará a la industria -algo que no es previsible que ocurra en Europa. En el próximo decenio China construirá más centrales nucleares que toda Europa en el siglo XX. Y en el mismo tiempo construirán 70 aeropuertos internacionales por todo el país...
La antorcha ha pasado de ser un símbolo de la paz y la solidaridad entre los pueblos, precursor de las justas olímpicas, a estar identificada hoy con el fiel de una balanza en el que una parte relevante de la población mundial quiere que quede reflejada la denuncia de un régimen reprobable. En España, donde algunos todavía no se creen que pueda haber manifestaciones por la libertad de los oprimidos por el comunismo -retocado-, seguimos esperando a ver qué decimos.
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