Hace ya diez años que hice un viaje inolvidable a Marsella con mi admirado Jacques Stroumsa, un anciano judío de Salónica que fue, por designios supremos del terror nazi, el violinista de Auschwitz. Allí, como antes y después, en España y en su casa en Israel, hablamos mucho sobre la pertinencia de la belleza en el horror, sobre la terrible contradicción o macabra farsa que representaba él como artista ante un auditorio condenado a muerte.
Stroumsa siempre dijo que había sido feliz rompiendo el silencio que era lo peor. La música de su violín evocaba el recuerdo de la existencia de una vida fuera de las condiciones inhumanas. Abría por un momento una espita de fresca humanidad en aquella pesada tiniebla de olor a muerte. Quienes sobrevivieron aquel infierno lo agradecieron. La mayoría que murió en las cámaras de gas seguramente también.
He recordado a Jacques Stroumsa ahora que surgen tentaciones de boicotear los Juegos Olímpicos de Pekín por la terrible represión a la que son sometidos los tibetanos que no se resignan a ser esclavos del régimen chino. Sería un grave error. Esta Olimpiada es lo mejor que les podía suceder al pueblo tibetano y al pueblo chino. Y sin duda va a cambiar -ya lo han hecho con el eco mundial de la ira- las condiciones de vida de los tibetanos y también la política china.
El régimen de Pekín, tan brutal en la imposición de sus directrices ideológicas comunistas como en la explotación capitalista esclavista de su población, no se había visto jamás ante un reto como éste. No se trata ya solo de Tíbet. Las reacciones histéricas de Pekín ante las protestas habidas -y las que habrán de llegar de aquí a los Juegos- demuestran que el régimen había infravalorado el potencial de indignación que su forma de gobernar genera. Ahora recurre -¡cómo no!- al nacionalismo para intentar presentar las protestas como una agresión a la nación y su integridad.
En eso no hay que ayudarles. Los chinos desean estos JJ.OO. tanto como sus líderes. Por mucho que les irrite el hecho de que, desde su designación como sede olímpica, se desprecien necesidades básicas debido a este proyecto de prestigio internacional. El boicot sería peor que el silencio del violín roto.
Porque para la población china y para el Tíbet estas Olimpiadas pueden ser mucho más que consuelo y emoción que era la música de Stroumsa en Auschwitz. Los efectos de la mayor concentración de personas e instituciones defensoras de los derechos humanos jamás habida en la milenaria historia del Imperio del Centro irán, con seguridad absoluta, mucho más allá de lo considerado por el poder chino. Y sus consecuencias políticas serán ingentes aunque hoy impredecibles.
Dada la colosal magnitud de la propaganda de los Juegos en China, la expectación despertada y la atención garantizada, será absolutamente imposible para el aparato represor chino -por muchos esfuerzos que haga- que los gestos, las palabras y los actos de los participantes, así como su eco internacional, no se conviertan en memoria e información de la población hasta en los lugares más remotos y de forma irreversible.
Fisuras en el régimen
Muchos guardianes de la ortodoxia se deben de arrepentir ya de haber pujado tanto y tan bien por conseguir los JJ.OO. de 2008. Serán muchos más y pronto, porque las protestas en demanda de libertad y derechos humanos han de ir en aumento. Pero saben bien que no pueden permitirse otro Tiananmen. Son ya demasiado dependientes del exterior. Por eso no es difícil sospechar fisuras en el régimen como las del trágico junio de 1989 o tras la muerte de Mao.
Estos Juegos Olímpicos pueden ser los de mayores consecuencias políticas de su era moderna. Todos han de estar en Pekín, para competir y hablar claro y convertir el deporte y el arte, la música de Stroumsa, no en consuelo sino en clamor de libertad.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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