Sobre la lamentable reunión de Unasur celebrada ayer en Bariloche, Argentina, por la presión de las bravatas y amenazas de Hugo Chávez, lo más estimulante fue entrar, también ayer, en los foros de debate del diario argentino «La Nación» para encontrarme con muchos ciudadanos argentinos condenando a Hugo Chávez, los motivos de la reunión y el discurso de su presidenta, y ofreciendo su apoyo a Álvaro Uribe y a Colombia en su lucha contra el terrorismo.
Coincido con uno de esos blogueros en su afirmación de que esta reunión es un espectáculo moralmente denigrante. Y lo es, en primer término, por algo que también denunciaba Carlos Alberto Montaner en un excelente artículo en «El Nuevo Herald» de Miami a principios de mes. Que ningún país latinoamericano ha ofrecido jamás ayuda a Colombia en su lucha contra el terrorismo. Y, sin embargo, América Latina se moviliza ahora al son marcado por Chávez para poner en cuestión al único país americano que sí colabora con Colombia, Estados Unidos.
Pero hay un segundo motivo que hace aún más lamentable la reunión. Me refiero a las credenciales democráticas de su provocador, Hugo Chávez. Me pongo en la tesitura de que un gobernante europeo no democrático y simpatizante de ETA provocara una reunión de la UE para cuestionar un acuerdo de colaboración antiterrorista entre las democracias española y estadounidense. Y me encuentro en la tremenda constatación de que esa tesitura es la realidad en América.
Como decía otro bloguero de «La Nación» sobre la equiparación hecha en Bariloche por Cristina Kirchner entre las bases americanas en Colombia y Las Malvinas, «yo prefiero ser una colonia de los ingleses a ser lo que somos, una colonia de Chávez». Y es que ése es el problema de una buena parte de los países americanos, su seguidismo -en algunos casos, su sumisión- de Chávez. Un líder político que lleva inexorablemente a su país a la liquidación de todo resto de democracia.
El último cierre de emisoras de radio y televisión más la nueva ley contra «los delitos mediáticos» que está preparando Chávez dejan, de hecho, a Venezuela fuera de todos los estándares democráticos. Si este periódico fuera venezolano, y afortunadamente para la libertad de expresión no es el caso, el periódico o yo misma seríamos procesados por esa nueva ley, puesto que una de sus previsiones es perseguir informaciones como las referidas a las armas venezolanas encontradas en las FARC. Y lo que me dispongo a recordar es algo más grave que eso. Y es que las armas venezolanas no cayeron por casualidad en los campamentos de las FARC, sino que documentos hallados en manos de dirigentes terroristas muertos o detenidos demuestran las relaciones entre las FARC y miembros del gobierno de Venezuela. Lo denunciaba ayer de nuevo el ex viceministro de Defensa colombiano, Juan Carlos Pinzón, en las páginas de «El Espectador»: es Colombia quien tiene que exigir algo a Venezuela, que cese el apoyo de Chávez a las FARC y al ELN.
Iván Márquez, uno de los líderes de las FARC, afirmaba hace unos meses que «ni el fuego, ni las bombas de las operaciones militares de las oligarquías y del imperio, ni las marchas manipuladas lograrán desarticular la resistencia y la lucha de una Colombia bolivariana». He ahí la sustancia ideológica de la extrema izquierda latinoamericana, sea de las FARC, de ELN o de Hugo Chávez. O de Noam Chomsky. La extrema izquierda estadounidense y europea también aporta su granito de arena a la revolución bolivariana. Acaba de enviar a Caracas a su líder intelectual máximo, el mismo que alienta a destruir las democracias que protegen su discurso antidemocrático.
Edurne Uriarte
Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco
www.abc.es
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