terça-feira, 11 de agosto de 2009

Irán, la farsa democrática


Han pasado dos meses desde la celebración de elecciones presidenciales. La gran mascarada, la cortina de humo de un régimen autocrático, hermético, totemizado. El fraude masivo que esta vez el mundo no aprobó. Dos meses en los que la mordaza, la represión y el silencio se han impuesto a sangre y fuego. Sin embargo la censura no ha podido vetar toda noticia, toda imagen, toda contestación a un régimen que en el momento de cumplir treinta años ha mostrado fisuras internas, ha enseñado su rostro más implacable e indolente.

Tres décadas de una revolución traicionada así misma, amordazada por clérigos intransigentes que sólo han buscado perpetuarse en el poder y adoctrinar a millones de súbditos. Irán, la revolución amordazada por un régimen teocrático que lo juzga e interpreta todo, con sus infalibles verdades moralizadas y cortadas por el patrón del poder y el despotismo.

Se engañan quienes creen que en el régimen iraní hay democracia, por mucho que se celebren periódicamente elecciones. Se engañan los que ven libertades y distinguen entre reformistas y conservadores. Todos son parte de un mismo sueño, de un mismo régimen, hijos de una revolución que auspiciaron con sus manos y sus mentes. No los Jatamí, ni Musavi, ni Karroubi, quieren abrir puertas, siquiera ventanas a lo que construyeron tras derrocar al Sha. Como toda dictadura nadie de los que forman parte del organigrama quieren dinamitarla conscientemente. Cuestión distinta es la esperanza de millones de jóvenes que acudieron a las urnas creyendo en el cambio, en otras formas, otras voces menos caústicas y agresivas como las de Ahmadineyad. Hoy ya nadie pone en tela de juicio el fraude masivo de aquellas elecciones, como tampoco la toma de partido arbitraria y errónea del presidente Ali Jamenei, quien ha perdido sin saberlo la centralidad de su posición en las instituciones de su Estado clerical.

Unos y otros, los ayatolás, han movido sus peones en la partida de ajedrez que están librando. Octogenarios la mayoría de los ayatolás y ante la debilidad teocrática y filosófica de Jamenei, es el otro gran ayatolesman Rafsanyani quien sin duda ha echado el pulso más delicado para la Revolución, pero medirá mucho hasta dónde puede llegar al no tener el apoyo de la mayoría de los clérigos reunidos en la ciudad santa de Qom. Es la lucha por el poder, la lucha descarnada, irracional y personal de egos desmedidos, desnortados y que cada vez separa más y más la realidad del pueblo de sus posiciones. Una sima insalvable que tarde o temprano derribará el régimen.

Centenares de opositores y de ciudadanos han sido detenidos, humillados, torturados y escarnecidos. Una treintena de muertos que se sepa por el momento y la violencia de las milicias aparentemente descontroladas pero que ejecutan un guión perfectamente medido y aplicado. Pero han perdido el miedo al régimen, y lo que es peor, la credibilidad en la legitimidad del mismo. Precisamente cuando Irán se ha convertido en actor principal en Oriente Medio y llevado al chiísmo a un máximo frente al sunismo, las tensiones internas, las farsas democráticas y el espejismo de un Estado de Derecho, puede acabar arrostrando al régimen mismo a su desbordamiento y colapso. Por el momento no ha habido ninguna revolución de terciopelo como las acaecidas en Europa al final de los ochenta, pero sí la simiente de un hartazgo generalizado frente a un régimen hierático, jerarquizado y absoluto que ahoga la vitalidad de la ciudadanía y frustra sus esperanzas. No hay un líder emergente que sea realmente oposición, los que ha habido en estos dos meses son personas del régimen, del establishment, personajes secundarios. La incertidumbre y la deriva del mismo puede hacerles líderes y terminar por modelar un discurso y una posición verdaderamente crítica y opositora. Pero no es tiempo todavía. Por el momento los pasdaran, la guardia revolucionaria, sostén y médula represiva del régimen, escenifica su farsa en juicios, y pide el procesamiento de los reformistas.

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