Ni siquiera la difícil cuestión moral que rodea esa fotografía que ha dado la vuelta al mundo esta semana, la de Bill Clinton con el dictador norcoreano Kim Jong-il, la hace menos indecente. Esa fotografía es el rescate exigido por el dictador para la liberación de las dos periodistas americanas encarceladas en Corea del Norte. Un impresionante golpe propagandístico para Kim Jong-il, con el que compensa una buena parte de la legitimidad internacional herida a base de represión, armas nucleares y amenazas.
Lo más sorprendente, lo que hace la fotografía más indecente si cabe, es el ausencia casi total de críticas con la que ha sido recibida, mejor dicho, ensalzada y jaleada por el resto del mundo, incluidos los medios de comunicación. Que han celebrado el pago del chantaje como «un éxito», un «triunfo» y hasta «una resurrección de Bill Clinton», emocionados incluso, The Huffington Post, por ejemplo, con la fotografía de la vergüenza.
Que hay un difícil debate moral en este asunto, es evidente. El de siempre, en este caso, el de dejar en la cárcel por doce años a las periodistas americanas o el de hacer algo. El problema es qué se puede y qué no se puede hacer, hasta dónde se puede llegar, y, si se hace, cuáles son las responsabilidades en que se incurre. Y el rescate exigido por Kim Jong-il entra dentro de los debates más complicados en este terreno. Porque este tipo con el que Clinton se ha hecho una fotografía con estética y hechuras de fotografía de Estado es uno de los represores más salvajes y nauseabundos de la tierra.
Como ha recordado una de las escasas voces críticas en este asunto, Gordon C. Chang, en The Wall Street Journal, Corea del Norte tiene más de mil extranjeros secuestrados en su territorio, sobre todo, ciudadanos de Corea del Sur y de Japón, además de... los 23,5 millones ciudadanos norcoreanos igualmente secuestrados.
Los informes sobre Corea del Norte de los organismos vigilantes de los derechos humanos son escalofriantes. Human Rights Watch destaca que hay miles de prisioneros políticos, grandes campos de detenidos, tortura sistemática y ejecuciones periódicas por «delitos anti-socialistas» como acaparar comida. Y la represión se ejerce igualmente sobre los niños, porque son las familias enteras las que son encerradas en los campos de prisioneros. A todo lo que se suma la división de los ciudadanos en tres categorías según el grado de lealtad al régimen, «fieles», «titubeantes» y «hostiles» que determinan los servicios básicos, como sanidad o educación, que reciben del Estado. Una «situación desesperada, espantosa», como la calificó un inspector de la ONU en marzo pasado.
Lo irónico de este terrible panorama es que el director ejecutivo de Human Rights Watch, Kenneth Roth, afirmó, cuando presentó el informe de 2009, que «el Gobierno de Obama tendrá que situar los derechos humanos en el centro de su política para poder deshacer el enorme daño causado durante la era Bush». Los derechos humanos de los ciudadanos estadounidenses exclusivamente, se le debió de olvidar añadir a Roth, porque los derechos humanos de los norcoreanos han sido mucho más dañados por esta fotografía que por la era Bush.
Y si aceptamos que, a pesar de los millones de norcoreanos sometidos a represión, hambre y tortura, ese rescate debía ser pagado, que se reconozca y se asuma, al menos. Y no lo que han hecho Clinton, su esposa, la secretaria de Estado, y el presidente Obama. Han calificando el viaje de Clinton de ¡visita privada! Un insulto a nuestra inteligencia y algo bastante peor para las víctimas del compañero de fotografías «privadas» de Bill Clinton.
Edurne Uriarte
Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco
www.abc.es
Nenhum comentário:
Postar um comentário