segunda-feira, 24 de agosto de 2009

La decadencia española y sus límites

Calibrar la decadencia española exige compararla con los países exitosos, pero no menos con su propia "edad de oro" entre los Reyes Católicos y Carlos II. Podemos resumir así el contraste: durante su auge, España no cesó de producir un alto número de personajes de gran talla en la política, las artes, el pensamiento, la milicia, la literatura, la religión, las exploraciones y conquistas..., a los que aquí hemos hecho muy somera alusión; desde finales del siglo XVII, y durante dos siglos más, descuellan muy pocas figuras de primera fila. El nivel general, sin ser desdeñable, resulta mediocre, y el país solo en pequeña medida se sumó al desarrollo científico y tecnológico.

Decadencia, a pesar de que las condiciones materiales mejoraron notablemente. A principios del siglo XVIII España contaba con unos 7,5 millones de habitantes, y al final con 10,5, lo que se debió a medidas racionalizadoras de origen francés, a una menor incidencia de las epidemias y a un mayor conocimiento de las normas de la economía, pues la riqueza del país también aumentó. Durante milenios, los saberes económicos fueron menores que la inquietud por las razones de la escasez y por las alternancias, duras de explicar, entre prosperidad y miseria; pero a lo largo del siglo XVIII diversos misterios de la economía se irán desvelando, hasta dar lugar a una nueva ciencia, aun si no muy exacta. Mas, como vemos, explicar la historia por la economía viene a ser como explicar a Cervantes por las curvas de sus ingresos a lo largo de su vida, o por sus querellas "de clase": el siglo XVIII español se parecería al XVI en el aumento demográfico y económico, y se diferenciaría en que no fue acompañado de una eclosión cultural ni de lejos semejante.

Un decaimiento tan sorprendente como el español, ha suscitado mucha discusión. Stanley Payne ha señalado en su libro sobre el catolicismo español: "Los que se adhieren a la tesis de Weber referente a la relación entre el protestantismo y el capitalismo afirman que un país tan católico como España era inevitablemente incapaz de llevar a cabo, en el siglo XVII, las drásticas transformaciones de su estructura económica y de su marco sociocultural. Esto es sin duda cierto, pero no solo a causa del catolicismo español. La católica Francia (...), padeció la misma incapacidad, y en el siglo XVII desarrolló una de las economías más avanzadas del mundo, dejando a España en una posición por completo dependiente. La católica Bélgica fue, más tarde, el único país que se industrializó con tanta rapidez como Inglaterra. El obstáculo a un nuevo desarrollo en España no radicaba en la religión como tal, sino en la cultura española, en la cual estaba encajada la religión".

Como indica Payne, el decaimiento de la católica España no puede oponerse a un esplendor protestante general, pues ni todos los países protestantes ni todos los católicos experimentaron auge y declive respectivamente. Inglaterra y partes de la Alemania protestante se hicieron ricas y productivas en casi todos los terrenos, pero otras zonas alemanas permanecieron pobres, así como Escandinavia o Escocia, y Holanda decayó notablemente. En conjunto, el desfase entre países protestantes y católicos no fue demasiado grande; y, políticamente, la división religiosa de Alemania contribuyó a mantener a esta como un conglomerado de pequeños estados impotentes.

Se han dado muchas descripciones de los retrasos españoles, como el rutinarismo y retracción de la enseñanza superior y media –acentuada, pero no causada, en 1767 por la expulsión de los jesuitas–; del aumento de la vida marginal, de la prostitución, de la baja calidad del clero –aunque la Inquisición tuvo poca actividad en el siglo XVIII–, de un tipo de caridad que fomentaba la vagancia, puesto por Calderón en labios de un labrador ante un pedigüeño en El gran teatro del mundo: "Decid: ¿no tenéis vergüenza / que un hombrazo como vos / pida? ¡Servid, noramala! / No os andéis hecho bribón. / Y si os falta que comer, / tomad aqueste azadón / con que lo podéis ganar... En otros países se buscaban remedios más prácticos, si bien a veces brutales. Hay mil indicios más de degradación social, como una obsesión enfermiza por el honor, cada vez más convertido en afán incluso delictivo de aparentar, la corrupción del poder, la ostentación parasitaria de los poderosos en contraste con la (relativa) vieja sobriedad, etc.

Al principio de este libro he expuesto la hipótesis de que entre los elementos que conforman las culturas, el religioso es el focal, en contra de la opinión corriente que atribuye ese carácter a la economía, o a versiones eclécticas que valoran por igual a economía, religión, arte, política, etc. Tal hipótesis considera al hombre condicionado por su peculiar posición en la naturaleza y la incertidumbre (excepto la muerte) introducida por el tiempo; el ser humano se halla "acuciado no solo por las necesidades, la enfermedad y mil desgracias, al igual que los animales, sino también por una inquietud espiritual acerca del sentido de su vida y de la vida y el mundo en general, de su origen y destino. La calma de esa inquietud nace de las explicaciones religiosas, básicamente imaginativas pero hemos de suponer que verídicas de algún modo, pues en otro caso habrían conducido a un fracaso esencial de las culturas humanas". Cierto que no es fácil concretar de qué modo preciso la religiosidad crea valores y moral, y condiciona la variada actividad de la gente.

Podría objetarse que el siglo XVIII, precisamente, marcará un progresivo alejamiento de la fe hacia la razón y la ciencia, una progresiva relegación del clero y secularización de la cultura y de la vida común. Sin embargo cabría contraargüir que la relevancia otorgada a la razón y la ciencia nace del cristianismo, y que ni una ni otra chocan o se apartan de la religión salvo cuando se convierten, a su vez, en fes sustitutorias. Sin entrar en más disquisiciones, me inclino a pensar que la eclosión de personajes brillantes durante la edad dorada española tiene mucho que ver con aquel espíritu religioso que produjo las disputas y especulaciones de la escuela de Salamanca, la poesía mística, la reforma de Trento o una vida universitaria inquieta; mientras que la decadencia reflejaría una religiosidad ritualista y formal, anquilosada y a la defensiva, cada vez más milagrera, "popular" hasta extremos grotescos, con acentuado contraste entre el estilo más rigurosamente cristiano y la superstición, la popularidad de la blasfemia y las conductas inmorales. No hubo, desde luego, un cambio radical entre las dos épocas, y los mismos fenómenos de religiosidad degradada se daban en el siglo XVI; solo que en menor proporción y contrarrestados por el impulso reformista eclesiástico, lo que fue dejando de ocurrir en el siglo XVII.

Surge la pregunta de a qué obedeció este constatable anquilosamiento religioso. No parece que se explique por la economía ni por la cantidad. Los clérigos abundaban a finales del siglo XVI, quizá el 1,2% de la población; pero a mediados del siglo XVIII pudo llegar al 1,5 (no el 3, o hasta el 10% como a veces se lee); y la economía empeoró durante el siglo XVII, cuando se aprecian esos factores de degradación, mientras que mejoró en el XVIII, sin que dichos factores desaparecieran. No encuentro una respuesta clara, pero el hecho parece indudable.

Debe matizarse, finalmente, que la decadencia no supuso una quiebra. La nación conservaba un imperio que por sí solo la convertía en gran potencia, aunque ya no de primera línea, y sería capaz de sacudirse en buena medida la presión satelizante francesa, de reconstruir una marina poderosa tiempo después del desastre de Vigo-Rande, de ampliar el imperio, explorar nuevas tierras, e infligir una humillante derrota a Gran Bretaña cuando esta creyó, prematuramente, que la América hispana estaba lista para caer en sus manos. Su infraestructura educativa, aunque en muy mal estado intelectual, seguía existiendo y nunca dejó de haber una élite instruida e inquieta, surgió algún pensador y divulgador como Feijoo o un genio como Goya. La Iglesia, pese a su semiparálisis intelectual, conservó su impulso evangelizador. La abolición de los fueros catalanes y valencianos liberó un impulso de iniciativa comercial y productiva que contrarrestó algo la abulia prevaleciente en otras regiones...

Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado

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