Quienes hasta hace unos meses aún reían las gracias del petrotirano venezolano se están quedando de piedra ante la extensión salvaje y brutal que el chavismo experimenta por toda Hispanoamérica, ante el silencio repulsivo y colaborador de Zapatero y Moratinos y la aparente indiferencia obamita. Es tal la ofensiva chavista por el continente, tan violenta y poco disimulada, que hay que tener muy pocos escrúpulos y ningún apego por la libertad para no temer esta última fase del chavismo: imperialismo duro y puro, caracterizado al menos por cinco aspectos.
En primer lugar, su base en Venezuela se afianza. Hugo Chávez continúa la persecución de la sociedad civil venezolana, cada vez más débil. Se cierran medios de comunicación, se arman milicias, se apalean opositores. Es un totalitarismo de libro, que se desarrolla ante nuestros ojos y que no parece que tenga solución a medio plazo. Venezuela está perdida para la causa de la libertad y los derechos humanos.
En segundo lugar, este imperialismo funciona mediante la desestabilización de las democracias parlamentarias. Sigue esta estrategia en Colombia, proporcionando financiación, retaguardia y armamento a las FARC, a la vez que colabora con ellas en el negocio del narcotráfico. Contra el gobierno de Bogotá, Chávez usa la violencia directa, apenas disimulada por los dirigentes de las FARC, que han acabado por doblar la cerviz ante el nuevo amo del socialismo hispanoamericano, de quien son cada vez más una sucursal.
Si contra Colombia la violencia es directa, en Honduras, la estrategia chavista-zelayista pasa por la progresiva desestabilización de las instituciones con actos periódicos de violencia callejera y terrorista. Aquí usa la clásica estrategia golpista o revolucionaria: crear desórdenes callejeros, desprestigiar las instituciones para dividirlas y agotarlas. Hasta ahora, Honduras ha resistido bien, pero los petrodólares empiezan a inundar sindicatos y partidos, y los millones pagados a campesinos y sindicalistas están bien documentados. También lo está la presencia de "asesores" chavista-zelayistas entre quienes planean, preparan y ejecutan los disturbios.
En tercer lugar, el imperialismo chavista se realiza mediante el advenimiento y sostenimiento de regímenes atraídos a su esfera, bien por la escasa capacidad intelectual y política de sus miembros, bien por su sectarismo, o bien por ambas cosas. Es el caso de Bolivia, de Ecuador y de Nicaragua, países convertidos ya en simples satélites de Venezuela, y su población dirigida por y para cumplir los designios del petrotirano. Ni queriendo, podrían Morales, Correa y Ortega, desligarse de Chávez. Sólo la resistencia a ellos en esos países podría cambiar el gobierno y rescatar la independencia nacional.
En cuarto lugar, el imperialismo chavista usa la corrupción, el chantaje y la compra de voluntades –caso de la maleta descubierta con destino a los Kirchner–, y la instrumentalización de las instituciones internacionales. Es el caso de la OEA. Últimamente, su comportamiento ha traspasado todo lo admisible. No sólo porque la OEA la presida Insulza, un chavista antidemócrata declarado; la Comisión Iberoaméricana de Derechos Humanos enviada a Honduras, formada en su mayor parte por chavistas de toda Hispanoamérica, cometió todas las arbitrariedades, manipulaciones y ocultaciones imaginables para afianzar la versión propagandística de Chavez en Honduras. Si la OEA tenía escasa legitimidad antes de este episodio, ahora ha perdido cualquier posibilidad de redención. Hoy es un instrumento en manos de la tiranía chavista.
En quinto lugar, Chávez ha arrebatado a Fidel Castro la legitimidad revolucionaria. Hasta da lástima observar al antaño orgulloso y poderoso Castro convertido en un vejestorio manipulado y usado como un monigote por el gorila rojo. Con una Cuba a la deriva y empobrecida y un castrismo sin futuro, Caracas es ahora el centro del socialismo hispanoamericano, y lo mismo utiliza a Castro que arma a las FARC o desestabiliza Centroamérica. El socialismo hispanoamericano se ha rendido a Chávez.
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