Asistimos en este verano a una muy sugestiva serie de declaraciones de importantes dirigentes políticos socialistas sobre la impertinencia de la objeción de conciencia de sanitarios respecto del crimen del aborto. |
Creo que para poder salir de esta situación, o al menos luchar contra ella proponiendo a nuestros conciudadanos respuestas válidas, es necesario hacer un esfuerzo previo de comprensión. No es fácil dar con claves que expliquen el porqué de esta situación. No basta con constatar los hechos que observamos, ni mencionar las finalidades políticas o ideológicas de este o aquel partido. No es suficiente aludir a "un proyecto de ingeniería social" que, por motivos oscuros, se quiere implantar en España.
A mi juicio el nexo que vincula todos los asuntos referidos anteriormente es la religión. Pensemos en la objeción de conciencia. Cuando los que defendemos la objeción a EpC afirmábamos que un no creyente podía ser un objetor (como en efecto ha sucedido), el Gobierno y sus corifeos se obstinaban en interpretar la objeción como un instrumento de oposición política de la Iglesia (entiéndase: la Jerarquía). Cuando, con argumentos científicos, se defiende la existencia de la vida humana desde el mismo momento de la concepción, se apunta con desdén a que no se puede legislar desde el fanatismo religioso. Cuando se quiere elaborar una Ley de Libertad Religiosa, que no es necesaria y nadie demanda, lo que se quiere es avanzar en la laicidad del Estado y para ello se pretende erradicar cualquier vestigio público de Cristo en nuestras vidas (crucifijos, sacerdotes en hospitales, símbolos religiosos...).
Es una verdad histórica demostrada que en Occidente la religión es el primer enemigo a batir de todo tipo de totalitarismo. O bien éste intenta falsificarla, domesticándola a su antojo –y por lo tanto prostituyéndola–, o bien pretende destruirla. Ahora bien, ¿por qué esta obsesión totalitaria contra el cristianismo, la religión de Europa? Porque el cristianismo es libertad, que es lo que no puede tolerar ni el comunismo, ni el nazismo, ni ahora el totalitarismo laicista.
Una religión que afirme que "la verdad os hará libres" (Jn 8, 32) tiene que ser, obligatoriamente, un enemigo de toda dictadura y de esta cultura de la muerte en la que vivimos. (No es baladí la rectificación atea de Zapatero de esta frase evangélica. Recuérdese: "la libertad os hará verdaderos"). Una religión que busca la plena realización de los hombres –esto es, su libertad– vinculada no a ningún factor político, ni siquiera temporal o mundano, sino a Dios mismo es un peligro para quien desee sojuzgar al ser humano. Por eso la Iglesia es la patria de la libertad.
La discusión sobre la objeción de conciencia es un ejemplo de lo anterior. Los totalitarismos no sólo se han caracterizado por sus aparatos represivos, sino por la necesidad de configurar una ideología que diera sentido al modelo de sociedad impuesto. El control de la educación, de la ciencia, de la filosofía, de los mass media, la invención del pasado y la reinterpretación de la historia son aspectos consustanciales a toda dictadura. Y transformar el Derecho en un instrumento de persecución y amedrantamiento contra cualquier atisbo de oposición. Pero la culminación del éxito de la sumisión no está en todo ello; está en la construcción de una nueva conciencia moral acorde con la nueva tiranía laicista en ciernes. No otra cosa pretende, como es sabido, la nefanda Educación para la Ciudadanía. Almas muertas parásitas de cuerpos que sólo reaccionan ante los estímulos hedonistas de una sociedad de consumo. Por suerte una cosa es el ideal totalitario y otra lo que finalmente la nueva tiranía puede conseguir.
Sabemos que la conciencia moral "es el núcleo más secreto y sagrario del hombre, en el que está [el hombre] sólo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella" (Gaudium et spes 16). Así pues, parece lógico que cualquier ideología que quiera dominar al hombre vea en el cristianismo –en particular el catolicismo– a un enemigo: primero es menester erradicar o hacer irrelevante la presencia de Dios en la sociedad reduciéndola a mera creencia subjetiva y, después, sustituir al verdadero Dios por un nuevo dios, el flamante Estado que vela por nosotros y atiende solícito nuestras necesidades "más íntimas" (por ejemplo, la de matarnos).
La objeción de conciencia así es inaceptable para el poder político, pues troncha de raíz el intento de manipular y dominar el núcleo más íntimo al que desea acceder con voracidad: la intimidad de la conciencia, en la que resuena la voz de Dios.
En 2004 el aún cardenal Ratzinger escribía lo siguiente cuando aludía a cuestiones bioéticas:
El legislador, partiendo del principio comúnmente reconocido de la libertad de conciencia, debería, en este ámbito, conceder carta de naturaleza a la objeción de conciencia: la Iglesia no quiere imponer a los demás lo que no comprenden, pero espera de ellos al menos respeto a la conciencia de aquellos cuya razón se guía por la fe cristiana. (Sin raíces, p. 128).
Palabras sabias, pero inaudibles en una sociedad sorda y embotada.
La educación, el aborto, la ley de libertad religiosa, la eutanasia no son asuntos que sirvan para "distraer" la atención de la crisis económica, como afirman los políticos lerdos. Son expresión del "hombre nuevo", arrullado por la aparente comodidad de una sociedad hedonista, presta a ofrecer satisfacción a cualquier capricho subjetivo por extravagante que sea.
Carlos Jariod Borrego, presidente de Educación y Persona
http://agosto.libertaddigital.com
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