Esperanza Aguirre es una mujer valiente. Así que se ha atrevido a hacer algo raro en la vida política actual, y no sólo en la española: reflexionar, por escrito, en voz alta, sobre algunas de las grandes ideas que han configurado la vida política propia de nuestra civilización. El resultado es un libro, sumamente ameno, que nos propone la lectura de muy diversos autores, desde Pericles hasta Juan Pablo II. |
No son textos teóricos o abstractos, sino invitaciones a la acción pensadas para un público lo más amplio posible. Las introducciones correspondientes sitúan a los personajes con sencillez e invitan a profundizar en sus vidas y en los grandes temas por ellos abordados.
El esfuerzo es digno de agradecer. Siempre resulta interesante comprobar cómo un político en activo relaciona el día a día de su actividad con vetas más profundas y menos perecederas de la acción humana. Ese ejercicio no conduce necesariamente a dificultar la acción política, como muchas veces se oye decir. Nos hemos acostumbrado a una concepción tan magra y mezquina de la política, que hemos hecho de ella una actividad autónoma, alejada de cualquier principio moral, vital y religioso, y la hemos convertido en una trifulca entre posiciones más o menos intercambiables. Así se empobrece la vida intelectual de todos y la vida civil de la sociedad entera.
En vez de un ejercicio de civilidad y de tolerancia, capaz de tener en cuenta diversos conceptos del mundo, la política pasa a ser una actividad de profesionales que manejan una realidad que los demás no sabemos interpretar y sobre la cual recae, obligadamente, la sospecha. Además, resulta muy frágil: no se construyen acuerdos generales y duraderos a partir de puros intereses, económicos o de poder. Cuando son relevantes y aspiran a cimentar una realidad de largo plazo, los posibles acuerdos se elaboran siempre a partir de una reflexión y un compromiso sobre cuestiones más amplias y más humanas, cuestiones que dan sentido a esos intereses. Las sociedades occidentales padecen ahora los efectos de la erosión de esa zona conceptual y moral en nombre de la abstención y el pragmatismo. Nos vanagloriamos de nuestra audacia porque a fuerza de cautela hemos dado en el cinismo. ¿Qué se podrá construir sobre eso?
Este libro nos ayuda por tanto a situarnos en un espacio más respirable. Una vez en él, ¿cuáles son las prioridades que se nos revelan? En primer lugar, está la libertad, que ya desde el título guía la selección de textos. Volvemos a escuchar a Sócrates reivindicar la búsqueda de la verdad, a Patrick Henry clamar por la libertad en Richmond en 1775, a Martin Luther King desplegar su gran oración sobre la libertad y la igualdad en Washington y –algo sorprendente– a Tocqueville demostrar la incompatibilidad del socialismo con la democracia en el Parlamento francés en el año siniestro de 1848.
La libertad, sin embargo, no se basta por sí sola y es fruto de condiciones y actitudes sobre las que no siempre existe un acuerdo. Es en este punto donde el libro de Esperanza Aguirre propone opciones aún más comprometidas y arriesgadas. En tiempos tan poco aficionados a la grandeza, resulta extraordinario que alguien se atreva a hablar en términos elogiosos de la pasión por la gloria, que es lo que hace Aguirre al comentar la oración fúnebre de Pericles. Parece que hay alguien dispuesto a recuperar algo del espíritu que hizo grandes a nuestros antepasados, españoles como nosotros, aunque más ambiciosos. También se habla de fe, de esfuerzo y de convicciones, en particular con ocasión de los discursos de Reagan, Churchill y Margaret Thatcher.
El libro pone el acento en las precauciones que han ido construyendo, a lo largo del tiempo, el espacio de la libertad. Los textos insisten una y otra vez en una obsesión occidental, como es la necesidad de levantar barreras ante el ejercicio del poder, barreras que vienen de la ley (Sócrates), el cultivo de la virtud (Cicerón), la dignidad del ser humano (San Pablo), el respeto de la experiencia (Carta Magna), la prudencia y el sentido común (Burke), la desconfianza ante el dogma del progreso (Solzhenitsyn) o la división de poderes (Gelasio).
Cánovas o Jovellanos habrían completado bien la selección, en la que se echa de menos algún autor español. Pero es un reparo menor. Lo importante es que, dentro de un espectro de ideas muy amplio, que se mueve entre el elogio de las virtudes cívicas, la apelación a la responsabilidad y la exaltación de la libertad, el libro proporciona algunas pistas muy concretas sobre cómo se han ido formulando estos objetivos y cómo, gracias a eso, se han ido plasmando en una realidad que hemos heredado y que ahora debemos defender, como antes lo hicieron otros.
José María Marco
http://libros.libertaddigital.com
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