Si yo creyera que nuestra gloriosa Armada es incapaz de apresar dos esquifes, pediría la inmediata disolución de nuestras Fuerzas Armadas y protección, pongamos, al Ejército estadounidense, incluso al francés. Pero como no alcanzo a imaginar tal grado de incompetencia en nuestro Ejército, estoy obligada a pensar en la hipótesis de que ese vibrante enfrentamiento entre nuestros helicópteros y los dos esquifes más veloces que jamás hayan surcado los mares fue en realidad una representación. Un amago de persecución ordenado a la Armada por el Ejecutivo para salvar la cara tras la lamentable claudicación ante los piratas.
Esa es la probable tercera mentira del Gobierno con el Alakrana. Que se une a las dos mentiras seguras, no probables, sobre el rescate y sobre los dos piratas detenidos, que se han desplegado tras la liberación de los secuestrados con la misma desfachatez que durante el secuestro. Con la diferencia de que, con los secuestrados en casa, han dejado de existir las razones de Estado, dudosas pero admisibles, que pudieron sostener las mentiras mientras la operación estaba en curso.
No hay razón de Estado alguna que justifique la mentira sobre el rescate, desde la reiterada negativa a su reconocimiento a la negativa a la revelación de su monto y de la cuota de participación del Estado en su pago. Ni hay razón de Estado que sostenga el montaje judicial con los dos detenidos, la insistencia en el respeto a la ley mientras se ordena manga ancha a la Fiscalía y se presiona a la Audiencia Nacional.
Y el Gobierno se ha equivocado al creer que las mentiras de Estado iban a tener la misma resignada y callada acogida ahora que tras la negociación con ETA. Son otros tiempos y quizá por eso hasta el mismísimo Rubalcaba perdió ayer los papeles y los nervios en el Congreso. Por lo que le vaya a tocar a él mismo con esto de las mentiras de Estado.
Edurne Uriarte - Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco
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