En los últimos días se han sucedido las noticias de pequeños asteroides que se han acercado a la Tierra. Uno de ellos explotó al entrar en contacto con la atmósfera sobre Indonesia y otros dos nos han «rozado» sin más consecuencias. Incluso hemos tenido uno falso, fruto de una campaña de marketing. A excepción de este último, el resto son mucho más que simples anécdotas. Estos casos han abierto el debate sobre si estamos suficientemente protegidos contra una gran roca llegada del espacio a una velocidad de vértigo. Ya ha sucedido antes, y con consecuencias de dimensiones bíblicas que han afectado profundamente a las características geológicas del planeta. Uno de estos episodios ocurrió hace casi 2 mil millones de años, cuando, según los científicos, un gigantesco asteroide se estrelló contra la Tierra y prácticamente «reventó» el único oceáno que existía entonces. El impacto levantó tsunamis como no podemos imaginar. Las olas incluso alcanzaron el kilómetro de altura. Un auténtico «deep impact» que dejaría los efectos especiales de 2012, la próxima película apocalíptica de Hollywood, a la altura de un juego de niños. Porque no se trata de profecías absurdas. Esto fue real.
El choque de Sudbury, llamado así por el nombre de la ciudad canadiense situada cerca del centro del antiguo cráter donde se produjo, dejó una cicatriz de por lo menos 200 kilómetros de diámetro que aún puede apreciarse a pesar de la erosión. Se trata del segundo «agujero» de meteorito más grande del planeta, según William Cannon, especialista del Servicio Geológico de EE.UU. En Reston (Virginia) y coautor del estudio publicado en la revista Geology.
Diez kilómetros de diámetroHace casi 2.000 millones de años, las masas de tierra del planeta estaban unidas en un solo supercontinente. De igual forma, había también un único y enorme océano. Los científicos sugieren que el objeto que golpeó la Tierra, de unos diez kilómetros de ancho, fue a parar al océano como un cubo de hielo cae en un vaso, pero de una forma miles de veces más violenta. Provocó un tsunami de un kilómetro de altura en el lugar del impacto y que todavía medía al menos cien metros a 3.000 kilómetros de distancia, según Cannon.
Estas inmensas olas y los grandes deslizamientos de tierra submarinos desencadenados por el golpetazo llevaron las aguas cargadas de oxígeno de la superficie al fondo del mar. De esta forma, se acumularon sedimentos marinos con componentes de hierro, conocidos como formaciones de hierro en banda, que antes no se encontraban. Según los científicos, estas formaciones han sido halladas en distintos puntos. En el norte de Minnesota aparecen directamente debajo de una gruesa capa de un material recientemente reconocido como material eyectado por el impacto de Sudbury. Esto tuvo importantes consecuencias en la composición geológica de los océanos.
Judith de Jorge - Madrid
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