terça-feira, 17 de novembro de 2009

Digno, peleón, con clase

Recuerdo cuando conocí a Enrique. Debía ser el año 95. Yo empezaba a tocar en el Rincón del Arte Nuevo y él solía hacer «Gloria», de Van Morrison, junto a Begoña Larrañaga, en el acordeón. Ellos tenían el mejor show del local de Juan y formaban un dúo fantástico, capaza de matar por sus ídolos Carlos Cano y José Alfredo Jiménez. A Enrique no había quien le bajara del escenario. Siempre estuve convencido de que lo hacía por el puro y sencillo placer de tocar. A veces, podía parecerte que estaba disperso antes de empezar su concierto, pero una vez que estaba metido en el ajo siempre daba el cien por cien. Mucha gente habla de la oscuridad de Enrique, pero yo recuerdo a un tipo con sentido del humor tremendo, descojonándose con Faemino y Cansado en Galileo, y feliz e iluminado por la presencia de su hija María en el backstage del Hard Rock Café.

Era un tipo especial que mantenía la distancia para protegerse, pero siempre se acercaba otra vez a mí para que no me equivocara en las decisiones importantes de mi vida y de mi carrera. Conmigo fue un gran compañero. Tenía clase y transmitía dignidad, sabía tela, pero tela, de música, era peleón y a veces gastaba malas pulgas, pero luego se hacía querer con media sonrisa. Me acuerdo mucho de él cuando voy a un buen concierto. Pienso cómo le molarían Lucinda Williams o Ron Sexmith. Él era un fan de la música, un auténtico amante de la música, que no estaba en esto por hacerse famoso. Porque rechazaba todo lo que no fuera de verdad. A quien realmente admiraba era a artistas como María Dolores Pradera. Me contaba que cantar con ella había sido lo que más ilusión le había hecho de toda su carrera. Yo siempre sentí lo mismo cuando estaba a punto de cantar con el gran Enrique Urquijo.

Quique González
www.abc.es

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