sexta-feira, 13 de novembro de 2009

¿Seguro que España es de izquierdas?

Es muy frecuente escuchar que España es de izquierdas. Que, por serlo, un partido liberal-conservador apenas tiene oportunidad de ganar unas elecciones generales; para ello tendrían que concurrir dos circunstancias: que los socialistas en el poder cometan unos cuantos atropellos más de los muchos que los españoles están dispuestos a perdonarles y que la derecha incorpore a su programa algunos postulados típicos de la izquierda. El corolario que se sigue es que un partido liberal-conservador que se presente abiertamente como tal en España nunca alcanzará el poder.

Sí parece cierto que el número de verdaderos liberales que aquí tenemos es limitado. Pero de ello no se infiere necesariamente que el resto tenga que ser socialista. ¿Y si resulta que en España lo que hay es una mayoría de conservadores? ¿Y si la dificultad para ganar que tiene la derecha estriba precisamente en que reniega del conservadurismo?

César Vidal y Ciudadela nos presentan una selección de escritos de Russell Kirk, uno de los mayores exponentes del pensamiento conservador norteamericano, en los que se explica precisamente lo que el título del libro promete, qué significa ser conservador. Kirk escribe para sus conciudadanos, él mismo parece estar convencido de estar dando unas lecciones sólo útiles a los norteamericanos; pero, conforme se avanza en la lectura, ocurre el milagro: las lecciones pensadas para esa Norteamérica profunda de la que tanto se mofa Woody Allen en sus películas –entre las risotadas cómplices de sus admiradores europeos– sorprenden al lector español por lo iluminadoras que son de la realidad española.

¿Será posible que España sea conservadora? Kirk sin proponérselo lo explica. El conservadurismo no es una ideología. Los socialistas, los comunistas, incluso los liberales tienen solución para todo. Son soluciones estáticas, pertenecientes a un esquema ideológico preconcebido. Cualquiera que sea la época, cualquiera que sea el lugar, cada ideología tiene su solución, siempre la misma, para cada problema. ¿Hay crisis económica? Los socialistas aumentan el gasto y suben los impuestos y los liberales disminuyen el gasto y bajan los impuestos. Los conservadores no tienen fórmulas mágicas para cualquier problema. Creen que sus complejas sociedades tienen siglos de historia, durante los cuales se ha avanzado penosamente hasta que se ha logrado construir un entramado de instituciones que funcionan razonablemente bien. Y creen, por tanto, que cualquier cambio que quiera introducirse en ellas debe ser cuidadosamente meditado y prudentemente puesto en práctica. No hay recetas garantizadas. Cada problema, cada nación y cada tiempo exigen soluciones diferentes, laboriosamente halladas, conectadas en cualquier caso a la propia experiencia. El conservador no niega el progreso. Se limita a exigir que se progrese con prudencia. En esto se diferencia del reaccionario, que se opone al progreso por el mero hecho de ser progreso. El conservador no se opone, lo acepta, siempre que no implique el desmantelamiento de todas esas cosas buenas que tanto trabajo ha costado poder disfrutar.

Ronald Reagan y Russell Kirk.
Las ideologías tienden a la utopía. Todas tienen un modelo de sociedad utópico al que tender. Los partidarios más extremistas de ellas desean que se impongan radicalmente. Naturalmente, cuando tal se intenta, el fracaso es estrepitoso y los daños en vidas y bienes, exorbitantes. El conservador, explica Kirk, desconfía de las utopías. Sabe que el mundo no es perfecto y que no lo será nunca. Sabe igualmente que, tras siglos de penoso avanzar, el hombre ha logrado, en algunos lugares de la Tierra, construir sociedades que le ofrecen cierto margen para desenvolverse en libertad y disfrutar de alguna prosperidad. Intuye que hay que proteger lo mucho que se ha logrado de los fanáticos ideólogos que regularmente tenemos que soportar y que se emplean con ahínco en tratar de imponer una sociedad ideal, que los conservadores saben impracticable.

Los conservadores recelan de las ideologías, desde luego. Pero también lo hacen del Estado. Lo saben necesario, pero dudan de que su expansión traiga necesariamente beneficios. Más bien al contrario. Recelan igualmente de las grandes compañías y corporaciones. Recelan del poder en todas sus formas. Tal es así que, siendo de natural religioso, el conservador recela incluso de la Iglesia si en su sociedad alcanza excesivo poder.

¿Esto significa que los conservadores no creen en nada? ¿Se limitan a recelar? En absoluto. Lo que pasa es que creen que cada problema tiene su solución al margen de fórmulas preconcebidas. Por eso los conservadores pueden estar en profundo desacuerdo entre ellos acerca de cuál sea la correcta solución a un problema determinado. Porque no tienen una ideología que les suministre soluciones automáticas. En lo que sí estarán de acuerdo es en que la solución ha de buscarse y, sobre todo, aplicarse con prudencia.

Pero creen en algo más. Lo que mejor diferencia a un conservador de alguien que no se siente tal es la convicción de que hay leyes morales inmutables más allá del alcance humano. Kirk cree que el conservador tiene que ser necesariamente un hombre con un mínimo de creencias religiosas. No parece que sea indispensable. Basta que crea en que hay leyes naturales que el hombre no puede cambiar. Asesinar es inmoral hoy, ayer y mañana, aquí y en la Cochinchina. El iusnaturalismo de los conservadores es precisamente lo que los enfrenta abiertamente a los socialistas. Y por eso los conservadores que simpatizan con alguna ideología lo hacen preferentemente con la liberal y les cuesta más trabajo hacerlo con la socialista. De hecho, el conservador no cree que la democracia sea la panacea, la solución ideal para toda sociedad en todo momento. Sí cree, en cambio, en el imperio de la ley. Siempre que esa ley sea respetuosa con las leyes naturales de la moral. Una sociedad en la que impera la ley puede avanzar hacia la libertad y la democracia. En cambio, tratar de construir la democracia donde no hay imperio de la ley es tanto como tratar de construir una catedral sin cimientos. Nuestra Segunda República es un buen ejemplo de ello.

Por todo esto y mucho más que nos cuenta Kirk, los conservadores no se hacen, sino que de alguna manera nacen. Nadie se despierta un día diciendo: "Me he hecho conservador", como otros sí se dicen: "Me he hecho socialista (o liberal)". Porque en la mayoría de las ocasiones el conservador no sabe que lo es. Lo que les ocurre a los conservadores que llegan a ser conscientes de que lo son es... que un día descubren que lo son. El conservador no alcanza su condición de tal a través de un proceso de convencimiento intelectual consciente, sino que se descubre conservador por el hecho de resistirse a aceptar que otros transformen la sociedad en la que ha nacido y se ha desenvuelto, y en la que hay tantas cosas que le gustan y que desea conservar porque le proporcionan un grado razonablemente alto de felicidad.

Por eso es perfectamente posible que una sociedad como la española tenga una mayoría de conservadores que no saben que lo son, y que no se comportan políticamente como tales porque nadie les ofrece un programa genuinamente conservador. Si nos detenemos a pensarlo, no es descabellado creer que la larga estancia en el poder de Felipe González no se debió tanto a su condición de socialista como a que supo tocar parte de la fibra conservadora de nuestra sociedad. En este sentido, para aquellos que no tengan tiempo de leer todo el libro, sería aconsejable que al menos ojearan el capítulo 11, dedicado al "conservadurismo popular", es decir, al conservadurismo de aquellos que no son demasiado conscientes de que son conservadores pero que votarán a partidos y elegirán a candidatos que, más allá de programas concretos, adopten una actitud conservadora, y que en España muy bien podrían ser mayoría. Veamos cómo los describe Kirk (suprimo de la cita lo que sólo puede estar referido a conservadores norteamericanos):
Nuestro hipotético conservador (...) es una persona de recursos relativamente modestos, (...) que probablemente lee el diario local o ve la televisión, que aspira a enviar a sus hijos a la universidad, que es dueño de una casa o de un piso decentes, que se dedica a su trabajo, piensa de vez en cuando en los males que aquejan a la sociedad y en sus consecuencias, y quizás alguna vez opone sus brazos al torrente de calamidades que comienza a inundar el rincón donde se encuentra. Está decidida, esa persona, a oponerse a designios foráneos e influencias marxistas, pero no la consume un interés apasionado por los temas de política exterior. Tampoco es una fanática de esa clase de abstracción llamada "capitalismo democrático", y está dispuesta a dejar que el mundo se ocupe de sus asuntos, a condición de que el mundo la deje ocuparse de los suyos. De ninguna manera se trata de una persona con riquezas a quien le interese aumentar la talla de las fusiones empresariales; más bien tiende a recelar de la consolidación de bancos, aerolíneas y Dios sabe cuántas cosas más, pues sabe por experiencia que le va mejor cuanta mayor competencia haya. Detesta las políticas basadas en (...) el género. Vota a candidatos conservadores cuando logra identificarse con alguno de ellos, pero sería un craso error definir a esta persona como un activista político. Va a la iglesia o, al menos, anima a ir a sus hijos. Le encantaría darles su merecido a los vendedores de drogas y a los atracadores y para él la palabra "progresista" es una etiqueta chirriante.
En España hay millones de personas así, que quieren progresar allí donde sea posible, conservando todo lo bueno que las generaciones anteriores han logrado para ellos. Sienten un profundo disgusto por lo que les ofrecen los políticos y ninguno de ellos les satisface. Unas veces votan a unos y otras, a otros, pero siempre de mala gana, porque ninguno les dice lo que intuyen que quieren oír. El que acierte a decírselo se convertirá en su líder y será llevado en andas hasta la presidencia del Gobierno.

Lectores: si se sienten profundamente insatisfechos con la política y la sociedad españolas; si les produce disgusto lo que PSOE y PP le ofrecen; si abominan del igualitarismo y tampoco terminan de creer que en la liberalización absoluta de la economía está la solución a todos nuestros males; si están descontentos con la educación que se les da a sus hijos, si temen que la sociedad que les legarán puede ser peor de la que heredaron de sus padres, lean el libro de Russell Kirk: quizá descubran, con gozo, que son conservadores. Si es así, bienvenidos sean a este enorme club, uno en el que la mayoría de sus socios no saben que lo son.


RUSSELL KIRK (ed. CÉSAR VIDAL): QUÉ SIGNIFICA SER CONSERVADOR. Ciudadela (Madrid), 2009, 222 páginas.

Emilio Campmany
http://libros.libertaddigital.com

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