terça-feira, 10 de novembro de 2009

Celebración

El mundo entero celebró ayer la caída del Muro de Berlín. En la distancia del tiempo y en la cercanía sentimental, todos fuimos berlineses por un día. Siempre, en toda fiesta, hay, sin embargo, excepciones iracundas. El mismo día de la celebración de la caída del Muro, un honrado comunista español respondía a la pregunta sobre la fiesta alemana: «Demagogias, las justas».

Los honrados comunistas españoles celebraban por esos días su propia congreso con el mismo «adagio» de siempre: nada ha cambiado en el mundo para que nosotros cambiemos. Hay cierta irascibilidad en la contundente celebración de los comunistas españoles, que hacen su fiesta en paz y dentro de un sistema de libertades que ellos erradicarían desde las raíces a las copas de los árboles. Es curioso hablar con algunos comunistas serios sobre la caída del Muro. Ellos también querrían celebrarlo, pero están imposibilitados por otro muro mucho peor que el de Berlín: el muro de la intolerancia ideológica.

Alguien me preguntó un día si yo no me sentí comunista en plena juventud. Le contesté que sí, que durante un tiempo me sentí nebulosamente (dudosamente, quiero decir) comunista, compañero de viaje, tonto útil (así nos catalogaba el régimen de Franco). La caída del caballo comunista me vino mucho antes que la caída del Muro, y ni siquiera guardo la más mínima nostalgia de cuando era joven, feliz e indocumentado, como afirmaba Ernest Hemingway.

Ahora, viejo, observador, experimentado y calmo como los mares subtropicales en octubre, celebro la caída del muro de Berlín con cierto escepticismo sobre la Humanidad. Lenin mentía. Y Darwin, Einstein y Freud nos hicieron más libres que Marx. Aunque les pese mucho a los comunistas.

J. J. Armas Marcelo
www.abc.es

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