Votando masivamente en las elecciones del domingo, los hondureños dieron al mundo una lección de dignidad y de amor a la libertad y la democracia. Resistieron con firmeza todas las injustas y onerosas presiones que la Unión Europea, la ONU, la Organización de Estados Americanos y el mismo Estados Unidos –hasta que cambió su política– les impusieron durante cinco largos meses, en un intento inútil de doblegar su voluntad de defenderse. |
Aún así, les queda todavía un peligro, que deben conjurar este miércoles 2 de diciembre.
De acuerdo al Pacto de Tegucigalpa-San José/Diálogo de Guaymuras, suscrito entre los representantes de Micheletti y de Zelaya el 30 de octubre, el Congreso de Honduras debe decidir si restituye a Zelaya en la Presidencia de la República hasta el 27 de enero de 2010, fecha en que asumirá el cargo el recién electo Porfirio Lobo. Lo lógico sería esperar que el Poder Legislativo se reafirme en la decisión de destituir a Zelaya, que tomó casi por unanimidad el 28 de junio.
Pero puede que no sea así. ¿Quiere decir entonces que puede haber algo que haga que el Congreso hondureño cambie de opinión? Sí; dos cosas: 1) una posible avalancha de dólares chavistas dirigidos al bolsillo de algunos diputados y 2) una presión masiva de los Estados Unidos sobre los congresistas y sobre el presidente electo.
En cuanto a lo primero, es fácil suponer que Hugo Chávez derrocharía gustoso unos cuantos millones de petrodólares con tal de ver a su pupilo reinstaurado y con la posibilidad de volver a enredar las cosas, al tiempo que algunos diputados estarían ante una oportunidad irrepetible para resolver de por vida sus problemas económicos.
Pero lo segundo es aún más peligroso. Se podrá decir que si Estados Unidos decidió al final apoyar las elecciones no debe, en consecuencia, tener interés alguno en que Zelaya sea restituido. No necesariamente. Es posible que sí lo tenga, aunque sea por razones equivocadas y harto peligrosas: en primer lugar, para probar que no apoya golpes de estado; en segundo lugar, para contentar a la izquierda latinoamericana y no perder liderazgo en la región.
En cualquier caso, si Estados Unidos presiona en ese sentido, y, peor aún, si presiona con éxito, cometería un gravísimo error. El país al que muchos todavía consideran un baluarte de la libertad y de la democracia en el mundo sigue diciendo que en Honduras hubo un golpe de estado y que las elecciones son sólo "parte" de la solución. Se equivoca. Las elecciones deben ser toda la solución al conflicto. Estados Unidos puede, si lo desea, salir de su error con sólo acogerse al dictamen técnico de su propia Biblioteca del Congreso, que concluyó que no hubo golpe alguno.
Y si la Administración Obama cree que puede contentar a la izquierda latinoamericana, con Lula, Chávez y los hermanos Castro a la cabeza, también se equivoca. La intensidad de la pasión que existe en España por el fútbol palidece y es de proporciones minúsculas si se compara con la intensidad del odio que la izquierda de América Latina siente hacia Estados Unidos. Ahí no hay nada que hacer. Estados Unidos no debe caer en la tentación de impedir que brille a plenitud la magistral lección que dio Honduras, que demostró que cuando un país ve gravemente amenazada la pervivencia de su libertad y de su vida republicana no tiene que dar un golpe de estado militar, pero sí el derecho y el deber de apoyarse en su Constitución y en sus instituciones para neutralizar la amenaza, ya sea que provenga de fuera o de quien en ese momento ocupe la Presidencia de la República.
Confiemos en que los diputados hondureños no sucumban a ningún tipo de presión y que Estados Unidos no cometa una torpeza que sólo beneficiaría a los enemigos de la libertad. Y, por último, si es mucho pedir que la inefable comunidad internacional reconozca que se equivocó en Honduras, al menos hay que exigirle que deje de interferir, ahora que los hondureños han ratificado su deseo de continuar viviendo en libertad y democracia.
JORGE SALAVERRY, ex embajador de Nicaragua en España.
http://exteriores.libertaddigital.com
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