quarta-feira, 25 de novembro de 2009

Félix de Azara en «el origen de las especies»

«Yo sospecho, yo me inclino a creer, yo creo» que Félix de Azara influyó de manera importante en la redacción del libro de Charles Darwin «Sobre el Origen de las especies por medio de la Selección Natural o la Conservación de las Razas favorecidas en la Lucha por la Vida», de cuya publicación se cumplen ciento cincuenta años.

Y eso que Félix de Azara no tiene en principio nada de naturalista. Es el mejor ejemplo de cómo una persona que no ha estudiado Historia Natural puede llegar a convertirse en uno de los mejores observadores y pensadores que haya tenido jamás la Naturaleza. Desde mi punto de vista, puede considerarse al español Félix de Azara como precursor de las ideas de Darwin.

El principal requisito para que esto sucediera fue, a mi parecer, el aislamiento. El verse de pronto Félix de Azara alejado de todo contacto con la civilización, como si todo estuviera en una campana de cristal que sólo pudiera atravesar quien fuera capaz de soportar la más cruel de las soledades. Porque al igual que el aislamiento favorece la especiación, así diría yo que también sólo al observador desvalido quisiera desvelar la Naturaleza sus más recónditos secretos, convirtiéndole en un ser único, aislado entre las multitudes, por su relación con la vida silvestre que le rodea. De ahí tal vez esa sensación de que algo nos envuelve y nos pasa el brazo por la espalda cuando se está, sin nadie alrededor, en la Naturaleza.

Todo empezó cuando Félix de Azara, nacido en Barbuñales (Huesca) el 18 de mayo de 1746, se encontraba en San Sebastián en calidad de teniente coronel de Ingenieros y recibió por la noche una orden de su general para marchar a Lisboa y presentarse ante el embajador. Nada más llegar, le dijo el embajador que debía marchar inmediatamente a la América meridional y que el virrey de Buenos Aires le comunicaría allí su misión. No volvería hasta veinte años más tarde.

El principal objeto de sus viajes era levantar la carta exacta de aquellas regiones, y así lo hizo, pero ese estar en medio de la inmensidad, le lleva al conocimiento, y él mismo nos lo explica a modo de disculpa: «No he ceñido mis trabajos a la geografía. Encontrándome en un país inmenso, que me parecía desconocido, ignorando casi siempre lo que pasaba en Europa, desprovisto de libros y de conversaciones agradables e instructivas, no podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla, y veía a cada paso seres que fijaban mi atención porque me parecían nuevos».

Y la manera en la que se ocupa es conmovedora. Ni la más diminuta de las hormigas pasa ante sus ojos sin que se fije en ella. Y digo ante sus ojos porque no intenta ser objetivo Félix de Azara, sino todo lo contrario, habla con su propia voz, su propia mirada, su propio asombro, siempre en primera persona, con valor y humildad al mismo tiempo. Humildad por reconocer lo poco que sabía, y valor para, aún así, explicar lo que estaba viendo. Porque lo singular de Félix de Azara no fueron sólo sus nuevas observaciones, las especies que descubrió para la ciencia, sino que sacaba conclusiones, que pensaba, intuía, deducía, mientras observaba. Y en esto recuerda a Darwin, quiero decir que Darwin, mucho después, recuerda a Félix de Azara, puesto que este último fue primero: tenía Darwin doce años cuando murió Félix de Azara, no había siquiera nacido cuando Félix de Azara escribe sus «Viajes por la América Meridional».

Habría que indagar, yo no lo he hecho, si entre los libros que llevó Darwin a bordo del Beagle estaban los de Félix de Azara; pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que en la casa de Down House, en su estudio, sobre su mesa de escritorio, o en su librería, tuvieron que estar las obras de Azara; quizás todavía estén hoy allí, en la casa de Darwin, a la espera de que alguien les de el lugar que les corresponde en la historia de la redacción de «El origen de las especies» porque Darwin, de manera cicatera, citó a Félix de Azara en esta obra en sólo dos ocasiones, y sin darle la importancia que merecían sus observaciones, anteriores a las suyas.

Enrique Álvarez López, Catedrático del Instituto Cervantes y Vocal del Consejo Nacional de Cultura, fue más lejos, al escribir en su libro titulado «Félix de Azara»:

...« Que el propio Darwin le cita repetidamente en el «Viaje de un naturalista alrededor del Mundo» es algo que aquel que quiera consagrar una atención elemental al tema puede comprobar por sí mismo, haciendo referencia constante a los «Viajes por la América Meridional» de Azara, y aún dondequiera que no le cita, el lector perspicaz que conozca la obra de Azara no puede ignorar en éste al mentor constante de Darwin desde que el naturalista británico pisa tierra americana. Otras citas, si bien menos numerosas, aparecen en «El origen de las especies»; pero lo extraordinario es que siempre estas citas son esporádicas, y en ningún caso se refieren al interés trascendental de las consideraciones de Azara. Darwin con frecuencia omite en sus ideas y observaciones personales la influencia que sobre ellas han podido tener las del naturalista español, y hasta en general parece ignorar u omitir deliberadamente las coincidencias de éste con sus puntos de vista fundamentales».

Veamos esas citas en «El origen de las especies».

La primera, aparece en el capítulo titulado «Complejas relaciones mutuas de plantas y animales en la lucha por la existencia», donde Darwin explica cómo influyen los cercados en la vegetación silvestre al impedir la entrada del ganado, y cómo también los insectos determinan la existencia del ganado:

«Quizá Paraguay ofrece el ejemplo más curioso de esto, pues allí ni el ganado vacuno, ni los caballos, ni los perros se han hecho nunca cimarrones, a pesar de que al norte y al sur abundan en estado salvaje, y Azara y Rengger han demostrado que esto es debido a ser más numerosa en Paraguay cierta mosca que pone sus huevos en el ombligo de estos animales cuando acaban de nacer».

En la segunda y última cita de Félix de Azara, habla Darwin de un pájaro carpintero, Colaptes campestris, que se parece mucho, aunque con colores distintos, a un pájaro carpintero de vuelo ondulado, Picus viridis ,que frecuenta los postes de castaño de la valla de mi casa, y que casi está más sobre la tierra que sobre los árboles, como ya observara Azara, según escribe Darwin en «El origen de las especies»:

«Aún en caracteres tan insignificantes como la coloración, el timbre desagradable de la voz y el vuelo ondulado, se manifiesta claramente su parentesco con nuestro pájaro carpintero común y, sin embargo -como puedo afirmar, no sólo por mis propias observaciones, sino también por las de Azara, tan exacto-, en algunos grandes distritos no trepa a los árboles y hace sus nidos en agujeros en márgenes.»

Todavía hoy, siguen volando como las olas, los pájaros carpinteros.

Mónica Fernández-Aceytuno
www.abc.es

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