Berlín siempre fue en mi ignorancia una ciudad en blanco y negro, fría, ciega de niebla, ruidosa, autoritaria. Cuando la conocí, sólo las orillas del río Spree ya me lo cambiaron todo. No es Sevilla, ni Córdoba, ni Segovia, pero quizá por esperarla de plomo y hollín, su belleza se multiplicó en mi asombro. Berlín es, de las pocas ciudades extranjeras que conozco, un lugar al que volvería gustoso. La curiosidad nos llevó a la cerveza y al codillo de cerdo, sí, pero, sobre todo, a lo que quedaba -en materiales y en memoria- del Muro.
Queríamos saber cómo habían resuelto los alemanes una división de casi treinta años, cómo fue el día siguiente al derribo del Muro, cómo reaccionaron. Nos alegramos, extrañados, al ver que tantos años de sufrimiento, heridas y aun muertes, lo habían resuelto como un atractivo turístico. Han convertido en interés turístico lo que nosotros, los españoles, no permitimos que tenga más solución que el enfrentamiento. Los alemanes le están sacando dinero al Muro y a nosotros nos está costando un dineral y muchos disgustos la Memoria Histórica.
La belleza de Berlín se adorna con lo que no es olvido pero tampoco drama. Recordemos, pero no para enfrentarnos sino para no volver a la locura, y pues así lo deseamos, celebrémoslo. Algo así parece que hubiesen decidido los alemanes, que llevan camino de conseguir, a fuerza de trabajo, sin arrastrar como una losa su pasado, su gran hegemonía en el mundo. Memoria del Muro, y del holocausto, y de las bombas, las alambradas...
Todo, pero todo como conservada escena donde no están dispuestos a representar más dramas que el que ya se representó. Así da gusto. Tendríamos que aprender. Nuestro presidente, en poca acertada comparación, ha dicho que España derribó el muro del franquismo. No: el Muro de Berlín lo derribaron los alemanes y Franco murió en su cama. Y ya ven lo que estamos haciendo con la memoria...
Antonio García Barbeito
barbeito@abc.es
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