Hortera de cerbatana o cursi amazónico. En mi caso, las dos cosas. Adquiere la condición de hortera de cerbatana todo aquel occidental que en viaje por la Guayana, el Orinoco venezolano o el Amazonas peruano, ecuatoriano o brasileño, compra una cerbatana de recuerdo. Más hortera aún si suma al objeto un carcaj con flechas. Quien escribe tiene en su casa montañesa una cerbatana con carcaj. Las flechas las he perdido en mis largas sesiones de prácticas. Y el cursi amazónico es todo aquel que, en parajes similares, obtiene una lanza de tribu nativa. Lo soy también. Me costó en torno a las diez mil pesetas del año 92 del pasado siglo. Y la compré en un lugar llamado Alter Do Chao, en el Estado amazónico de Pará, Brasil. Me considero, pues, tan cursi amazónico como Carod-Rovira, pero con una notable diferencia. Mi lanza es un bien adquirido con mi dinero, mientras que la de Carod-Rovira, una lanza de los indios Shuar del Ecuador vegetal y selvático, le fue entregada al libertador catalán por el jefe de la tribu a cambio de un millón de euros. Un millón de euros, por otra parte, no extraídos de la cuenta corriente de Carod, sino del dinero público. Una lanza, por ello, carísima, que ha costado a los catalanes un millón de euros, y que por ende, debe ser expuesta en cualquier institución política o museística de Cataluña –Millet la deseaba para el «Palau» de la Música– con la siguiente inscripción en placa o cartulina enmarcada: «Lanza de los indios Shuar, entregada al noble pueblo de Cataluña y recibida por su libertador Carod-Rovira, en señal de gratitud por el millón de euros que Cataluña donó a los Shuar con objeto de extender su lengua y costumbres nacionales por toda la ribera del Amazonas».
Pero no. La lanza se la ha quedado Carod-Rovira, y la tiene en su despacho, apoyada en una pared. A eso se le llama apropiación indebida, porque la lancita en cuestión ha costado un millón de euros, más los gastos del viaje de Carod y su séquito. Y todo eso lo han pagado los catalanes y el resto de los españoles. Se trata, pues, de una lanza valiosísima. Por la misma cantidad de dinero, podría haber comprado Carod-Rovira un original de Miró y decenas de dibujos de Ramón Casas, Mir, Cusachs o Dalí. Si esa inversión artística, la hurtara de la exposición pública manteniéndola en su casa, a Carod-Rovira ya le habrían visitado los guardias para llevarlo ante el juez. Pero a la lanza nadie, excepto Daniel Sierra, parlamentario autonómico del Partido Popular, le ha concedido importancia de bien público en la casi siempre callada sociedad catalana. Y es un bien público porque ha costado un millón de euros de los impuestos de la ciudadanía. Y lo que descansa en la pared del despacho del cursi amazónico de Carod-Rovira es de todos los catalanes, y Carod-Rovira tiene el inmediato y urgente deber de depositarlo o bien en los almacenes de la Generalidad, o bien en el vestuario del «Barça», aunque la segunda opción podría ser jurídicamente contestada. Pero en su despacho, esa lanza lo único que manifiesta es el nivel de jeta y caradura de su propietario, propietario del despacho, que no de la lanza, la lanza más cara de la historia de la humanidad, un millón de euros, que joé con la lancita.
Así que ya saben lo que tienen que hacer los «Mossos de Esquadra». Recuperar la lanza y decirle a Carod que quedarse con lo ajeno es muy feo. Como él.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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