La canciller alemana, Angela Merkel, con el ex-líder soviético Mikhail Gorbachev, atravesando el puente Bornholmer este lunes (9) durante la fiesta por los 20 años de la caída del muro de Berlín. (Foto: AFP)
Era yo bastante joven entonces y doy fe de que casi nadie esperaba la caída del Muro. Tan sólo dos rusos –Alexander Solzhenitsyn y Andrei Amalrik– se habían atrevido a anunciar la caída de la URSS, y un norteamericano –Ronald Regan– a expresar su deseo de que Gorbachov lo derribara. A esa postura se sumaron después personajes como Juan Pablo II, que captó la posibilidad de ver libre a su Polonia natal del yugo comunista, pero –insisto en ello– que se lo creyeran había muy pocos.
Aquí en España, la izquierda seguía viendo enormes ventajas en la división en bloques, y en la derecha incluso se dio el caso de un catedrático de filiación democristiana, aunque colaborador habitual del grupo PRISA, que publicó un libro anunciando que en la década siguiente la Alemania socialista superaría económicamente a la RFA y que la URSS era una realidad con la que tendríamos que seguir conviviendo durante un milenio.
Ricardo de la Cierva me dijo en cierta ocasión que cuando se sentía triste releía aquel libro y enseguida comenzaba a reírse a carcajadas. Yo, por caridad cristiana, oculto el nombre de tan colosal imbécil y aquí sólo lo aduzco como botón de muestra de cómo transcurrían las cosas en España.
Entonces, de manera inesperada, un 9 de noviembre de 1989, Riccardo Ehrman, un periodista italiano preguntó a Günther Schabowski sobre la posibilidad de pasar a la RFA y Schabowski anunció que no habría más restricciones para pasar el Muro de Berlín. En unas horas, el Muro se había desplomado, preludiando lo que sería el final de la URSS y del Pacto de Varsovia apenas unos meses después.
La caída del Muro fue, sin ningún género de dudas, el responso del socialismo real, una ideología criminal que causó la muerte de cien millones de personas a lo largo del s. XX. A día de hoy, ese socialismo real sólo subsiste en dictaduras como Cuba y Corea del Norte, ya que la misma China ha ido evolucionando hacia el modelo capitalista. También persiste, apenas maquillado, en la mente de esas izquierdas que, en el pasado, no movieron un dedo para que cayera el Muro de Berlín y el Telón de Acero y ahora tampoco lo mueven para lograr que caigan otros muros. Los ejemplos están en la universidad –como aquel otro catedrático que nunca ha renunciado formalmente a su marxismo de antaño y al que enfureció que yo me preguntara cómo podía escribir un libro sobre la URSS sin conocer ni una palabra de ruso y examinar la documentación original–, en los medios y en la política.
En ese sentido, ZP es paradigmático. Mientras sigue defendiendo a Cuba y Venezuela, parece soñar con aquel socialismo real que no se pudo implantar en España en 1939. Aquel en el que la economía cada vez funcionaba peor empobreciendo a los ciudadanos; en el que una Nomenklatura ideológica vivía a costa del pueblo o en el que se eliminaba la división de poderes, se convertía a la policía en Policía Política y se vigilaba a todos con sistemas como el Sitel que tanto gusta a Rubalcaba.
Hace veinte años, la Historia dictó su sentencia en favor de la libertad y en contra del socialismo. Desgraciadamente para España, aquí gobiernan, enseñan y pontifican los que no desean enterarse de esa realidad.
César Vidal
www.larazon.es
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