segunda-feira, 9 de novembro de 2009

El picnic que derrumbó el Muro

"No quiero ser un asesino". Con esta decisión, el teniente coronel húngaro Arpad Bella determinó, sin saberlo, la hora y el día exactos en que se abrió la primera grieta del Muro de Berlín: las 14.55 del 19 de agosto de 1989.

Centenares de alemanes del Este se agolpaban ante el puesto fronterizo de Sopron: querían cruzar a Austria e iniciar unas vacaciones… de las que no pensaban regresar. Unos folletos clandestinos les habían invitado a una "fiesta de hermanamiento" que dibujaba la posibilidad de la huida definitiva. En la orden que el teniente Bella dio a sus subalternos había mucho en juego. Por suerte, sus superiores estaban de vacaciones en la Unión Soviética, y con ellos el reglamento que obligaba a abrir fuego contra todo el que tratase de cruzar la raya. "Mirad en dirección a Austria, controlad los pasaportes en caso de que os los muestren y… lo que pase detrás de nosotros no lo hemos visto".

Así comenzó la primera huida masiva hacia Occidente: más de 600 ciudadanos de la RDA cruzaron una puerta de madera y celebraron un picnic que hirió de muerte a las dictaduras comunistas europeas.

El ambiente festivo desbordó las colinas de Sopronkohida, donde cientos de alemanes planeaban cómo llegar por sus propios pasos a Austria. Bautizado como "El picnic paneuropeo" –se sigue conmemorando todos los 19 de agosto–, el acontecimiento desbordó las previsiones de una Hungría que, tímidamente, comenzaba a desprenderse del yugo soviético.

En dos semanas eran ya 60.000 los alemanes que se aglomeraban en los improvisados campos de refugiados, aunque oficialmente estaban de vacaciones. El líder soviético, Mijaíl Gorbachov, permitió al primer ministro húngaro, Miklós Németh, desmontar la vigilancia electrónica a lo largo de la frontera con Austria. La noticia esperanzó a los miles de turistas de la Alemania comunista que pasaban sus vacaciones en Hungría, y comprendieron que la barrera no tardaría en caer. Jamás regresarían a casa.

El presidente de la RDA, Erich Honecker, no pretendía, bajo ningún concepto, tolerar la fuga de sus conciudadanos, pero cuando exigió el retorno de los mismos, Budapest se negó en redondo. En un desesperado intento por reafirmar su autoridad, el dictador alemán decretó la prohibición de paso a Hungría. Pero, lejos de acatar la orden, el 10 de septiembre el ministro de Asuntos Exteriores húngaro anunció la apertura definitiva de las fronteras de su país con Occidente, tal y como había acordado en secreto con el presidente de la República Federal Alemana, Helmut Kohl. El régimen de Honecker estaba cercado.

Entre tanto, multitud de alemanes orientales coparon las embajadas de la RFA en Budapest y Praga. La Representación Permanente de la Alemania democrática en Berlín Este hubo de anunciar que no podía hacerse cargo de más gente, y las embajadas cerraron sus puertas. Las calles de las capitales húngara y checa rebosaban de coches (Trabant, claro) con matrícula de la RDA, de alemanes orientales en vacaciones perpetuas que vivían en tiendas de campaña en los jardines de las sedes diplomáticas. El número de refugiados llegó a rozar los 250.000. Los que no se habían movido de la RDA pudieron –clandestinamente– ver en la televisión de la RFA cómo no cabía un alma en las escalinatas del palacio Lobkowitz, atestadas de compatriotas a la espera de pasar al mundo libre.

El 30 de Septiembre, Hans-Dietrich Genscher, ministro de Relaciones Exteriores de la Alemania democrática, salió al balcón de la sede diplomática de su país en Praga y lanzó el mensaje definitivo: los refugiados que se encontraban en las desbordadas embajadas de Praga y Budapest eran ya ciudadanos de la República Federal. El camino a Occidente quedaba libre. En la Alemania comunista, un enfurecido Erich Honecker bramaba contra el Gobierno de Kohl, al que dijo que se atuviera a las consecuencias si los refugiados no regresaban de manera inmediata.

Al día siguiente, cinco mil refugiados partieron en siete trenes hacia la Alemania democrática. Cruzando el territorio de la Alemania comunista... La grieta que había abierto el picnic de Sopron había terminado por resquebrajar el Muro.

Honecker, penúltimo líder de la RDA, murió convencido de que el responsable de la conjura que precipitó la caída de su régimen fue el último emperador de Austria-Hungría, Otto de Habsburgo, el gran artífice el picnic de Sopron. El decrépito dictador jamás pudo imaginar que fue un desconocido teniente coronel húngaro el que, al optar por no ser un asesino, hizo posible esa fiesta de la libertad, que acabó por llevarse por delante el formidable Muro de Berlín.

Bárbara Ayuso

http://especiales.libertaddigital.com/muro-berlin

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