quarta-feira, 4 de novembro de 2009

Ágora : Cristianismo victorioso

En mis dos últimos artículos me refería al carácter de panfleto fallido y de pésima reproducción de la Historia de que adolece la película Ágora. En este último, deseo detenerme en una cuestión que Amenábar pasa por alto en su película y cuyas claves me atrevo a decir que no ignora del todo. Me estoy refiriendo a las razones del triunfo del cristianismo sobre el paganismo, precisamente cuando éste seguía siendo profesado por una parte no escasa de la población del imperio.

Como bien puede verse en los primeros minutos de Ágora, los paganos, llegado el caso, recordaban con resentimiento que los cristianos habían sido una minoría perseguida apenas unos años antes y algunos incluso habían sido testigos de los intentos de exterminio llevados a cabo por ciertos emperadores. ¿Por qué se produjo, sin embargo, el triunfo del cristianismo?

Desde luego, no por la violencia o el poder político. De ser así, habría sido el paganismo el que, en el espacio de tres siglos, habría logrado extirpar al cristianismo del mapa imperial. Pasando por alto cuestiones sobrenaturales que al historiador no le competen, yo diría que el triunfo final derivó de tres circunstancias que, curiosamente, Amenábar menciona de pasada en los inicios de su película. La primera fue la crítica cristiana del paganismo que tenía entre otras manifestaciones la del culto a las imágenes de los dioses.

Partiendo de una crítica ya realizada por el pueblo judío, los cristianos se burlaban de aquellas imágenes de plata y oro que, como señala el salmo 135:16-17, «tienen boca y no hablan; tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen». Igualmente –y aquí seguían incluso a autores paganos– señalaban la inverosimilitud de unos dioses tan humanos como para fornicar, matar o robar. Frente a esa visión de la divinidad, el cristianismo oponía la fe en un Dios único que era Amor y que lo había demostrado al encarnarse para morir por el género humano. La segunda razón fue la superioridad de la ética cristiana. No pocos paganos –Hipatia fue un ejemplo– sentían repugnancia ante la degeneración moral del paganismo, pero el cristianismo fue más allá del mero desagrado e impulsó una traducción real del amor al prójimo. Los primeros médicos que no abandonaron a sus pacientes durante las epidemias fueron cristianos, como también lo fueron los primeros orfanatos y hospitales, y los primeros que opusieron alternativas al aborto o el infanticidio. El emperador Juliano –que intentó infructuosamente restaurar el paganismo– escribió a los sacerdotes paganos insistiendo en que debían comportarse de esa manera y ofreciéndoles incluso subvenciones públicas para hacerlo. Fue inútil. El paganismo carecía de esa fibra moral.

Por último, el cristianismo planteaba una predicación sin complejos. Sus seguidores estaban convencidos de que este mundo está perdido sin la luz que emana del Evangelio y que por ello no podían anteponer la cortesía a la verdad. No estaban, desde luego, dispuestos a dejarse paralizar por lo políticamente correcto de la época. Esa combinación permitió al cristianismo sobrevivir a una serie de persecuciones despiadadas, crear unas instituciones que en la actualidad ya forman parte del aparato del estado y triunfar sobre el paganismo. Amenábar deja entrever retazos de que lo sabe, pero también de que, al final, ha preferido quedarse con el simulacro en lugar de con la verdad.

César Vidal
www.larazon.es

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