Claude Lévi-Strauss era, sin duda, el patriarca de una extraordinaria generación de pensadores que siguieron su estela. Ha sido de todos modos el mayor superviviente de toda una generación de intelectuales de primera magnitud, todos los cuales han ido muriendo, desde Louis Althusser hasta Jacques Derrida, o desde Michel Foucalt a Gilles Deleuze. A sus casi 101 años mantenía todavía la máxima auctoritas en el ámbito de las ciencias humanas y de la filosofía en Francia, porque, siempre a partir de la etnología, aspiraba a una unificación de las ciencias humanas que tenía en la lingüística su patrón y su paradigma.
A mi gusto, el más grande de sus libros fue posiblemente el que le dio mayor fama al principio de su trayectoria: «Las estructuras elementales del parentesco» (1949). Allí llevaba a cabo una reflexión a la vez profundamente filosófica y magníficamente científica sobre las razones por las cuáles en todas las sociedades existe el tabú del incesto, entendido como la condición del intercambio y de la alianza entre las distintas comunidades.
Posteriormente se dedicó a lo que más le motivaba, que era el estudio de los mitos, en una constante producción de libros sobre mitología de todas partes pero especialmente de América Latina. Sin duda quedan obras suyas extraordinarias como «Tristes trópicos» (1955), que es un libro de viajes en el más antiguo estilo pero que está lleno de reflexiones y observaciones sobre las sociedades más primitivas de Latinoamérica. Lo mismo debe decirse de las recopilaciones de ensayos que se titulan «Antropología estructural» (1958, 1973), donde se encuentran algunos de sus mejores trabajos.
Yo reconozco mi deuda con este gran maestro que estaba, sobre todo, muy presente en mis primeros libros, como «La filosofía y su sombra» y «Metodología del pensamiento mágico».
Eugenio Trías
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