Hablar de Nolte es siempre difícil. Quizá por eso ni se le menciona habitualmente ni sus libros están a disposición del público, es decir, los editores no se atreven con él. A mí mismo me cuesta emprender este artículo, como me pasa siempre con todo lo que de un modo u otro se relaciona con Heidegger y sus enseñanzas. |
Pero a veces uno descubre un libro y siente la imperiosa necesidad de escribir contra él y, a la vez, rescatar algunas de sus propuestas para usos nuevos. En ocasiones, el enemigo ofrece armas que operan contra él.
Nolte nació en 1923, es decir que tenía 22 años cuando cayó Berlín. Es, pues, un producto acabado de la educación nazi, con una infancia y una adolescencia pasadas íntegramente bajo el liderazgo de Hitler. Asistió a una escuela nazi, y de poco le sirvió –de poco servía– haber nacido en un hogar católico. Para más inri, fue discípulo de Heidegger.
En 1986 desató la polémica con su artículo "El pasado que se resiste al olvido", aunque en él no hacía más que repetir cosas que venía diciendo desde hacía una década. Daba una explicación simplista del nacional socialismo, intentando justificar ese proceso, Shoá incluida, como una reacción "excesiva" frente al comunismo, y desatando lo que se llamó "la disputa (o la querella) de los historiadores", sobre la cual no voy a extenderme aquí, pero que se inició con la reacción de Jürgen Habermas.
Las explicaciones simplistas del nacional socialismo son habituales, empezando por aquello de que había mucho paro y un proceso hiperinflacionario: se olvida que muchas veces en la historia coincidieron esas condiciones y no apareció un Hitler.
Sin embargo, Nolte merece atención, más allá de esas estupideces crueles de joven lobo nazi sorprendentemente intelectualizado, porque propone algunas lecturas de la historia europea del pasado siglo.
Encontré Después del comunismo, editado por Ariel en 1995, en una librería de Barcelona. Tiene un subtítulo, "Aportaciones a la interpretación de la historia del siglo XX". Contiene siete ensayos, el primero de los cuales, una reflexión sobre la caída de la URSS, no fue incluido en la edición alemana y sí, en cambio, en la italiana, de donde se tomó para el volumen en español.
Hay que señalar en primer lugar que Nolte inició su carrera pública en 1963 con El fascismo en su época, un estudio comparativo de Action Française, el fascismo italiano y el nazismo, que integraba en lo que él llamaba entonces "antimovimiento" por sus características opositoras: anticapitalismo, anticomunismo, antisemitismo y antiliberalismo, lo cual es, a todas luces, una burrada y una manera de ignorar cuánto tenía de común el fascismo con el comunismo, cosa que con toda claridad había percibido Ramiro Ledesma Ramos en los años veinte, cuando incluía a Stalin entre los líderes fascistas. No obstante, diez años después Nolte rechazaba sus propias conclusiones de principios de los setenta, se oponía a la idea de un fascismo global, empezaba a diferenciar sus diversas manifestaciones y, en cambio, acercaba la experiencia alemana a la soviética. Salvo, claro está, por el genocidio judío como política de Estado, cosa que no podía explicar y que, por lo tanto, arrinconaba.
Al menos hay que reconocerle que jamás ha sido negacionista. Y que entendió siempre muy bien que los diversos genocidios del estalinismo fueron innegables pero coyunturales: si Stalin no vaciló en dejar morir de hambre a millones de ucranianos, por ejemplo, no lo hizo porque su proyecto fuese acabar con los ucranianos –lo que pretendía, como con todas las demás nacionalidades de la URSS, era rusificarlos–, sino porque a alguien tenía que tocarle pagar el precio del hambre que sus pretensiones autárquicas generaban. En tanto la aniquilación de los judíos de Europa era esencial en el proyecto hitleriano.
Si hoy estoy escribiendo sobre Después del comunismo no es, pues, por ningún mérito crítico de Nolte respecto de su propio pasado y el de buena parte de su pueblo, sino por el segundo de los artículos recogidos en esta obrita, sobre el cual hay mucho que reflexionar, decir y completar: "La guerra civil europea 1917-1945". La idea de que no hubo dos guerras mundiales y una guerra civil española en medio de las dos, sino una guerra continuada, cuando no por la vía armada, por la vía del enfrentamiento intelectual. Sostiene Nolte, glosando a Nietzsche: "Una declaración de guerra civil no tiene por qué traer necesariamente como consecuencia un conflicto armado", y reduce la idea de guerra civil a la condición de metáfora.
Sin embargo, la idea de una única guerra europea, en la que tuvieron que intervenir los Estados Unidos en dos oportunidades para que no acabáramos todos muertos por nuestra propia banalidad, resulta tentadora. Sobre todo cuando se sabe que la guerra civil española se libró entre españoles, italianos, alemanes y soviéticos, en los dos bandos –me refiero al hecho de que hubiera italianos y alemanes comunistas también en el lado de la República–. Por otra parte, es cierto que Alemania consideró el periodo de entreguerras como una tregua, un paréntesis en su proyecto de dominación, como bien explica en varios libros Sebastian Haffner –cuya obra, de imprescindible lectura, está traducida íntegramente al español en fechas muy recientes–. Ahora bien: si aceptamos la idea, tenemos que retroceder hasta la mal llamada guerra franco-prusiana de 1870-1871, y digo "mal llamada" porque fue en realidad una guerra franco-alemana, en la medida en que todos los Estados alemanes se unieron en ella a la Prusia de Bismarck.
Nolte propone su metáfora sin darse cuenta –quizá– de que está disparando por la culata contra Alemania, contra el expansionismo alemán de los siglos XIX y XX, heredero de las políticas de los Habsburgo respecto del imperio en el que no se ponía el sol, y que se extiende hasta la desintegración de Yugoslavia. Benito Mussolini y Woodrow Wilson lo tenían claro ya en 1915, el primero cuando reclamaba la entrada de Italia en la Gran Guerra y el segundo en sus Catorce Puntos, desatendidos en Versalles: los dos pedían la independencia de Serbia.
Por supuesto, Nolte pretende que en 1917 se planteó el enfrentamiento entre el comunismo y el capitalismo, aunque deja de lado la nada metafórica contribución alemana al golpe de estado de Lenin por necesidades de guerra –también esto lo explica Haffner mejor que nadie–.
La idea de una sola guerra prolongada –que debería abarcar el periodo 1870-1989– resulta, tal vez a pesar de Nolte, que la sugiere pero la desarrolla mal, muy útil para explicar buena parte de la historia contemporánea, empezando por la ambiguas relaciones entre Rusia y los Estados Unidos, ya enfrentados desde finales del siglo XIX por el antisemitismo ruso y a pesar del negocio de Alaska, tan frío y despojado de toda pasión ideológica como el negocio de la Luisiana entre Bonaparte y Jefferson.
ERNST NOLTE: DESPUÉS DEL COMUNISMO. Ariel (Barcelona), 1995, 224 páginas.
Horacio Vázquez-Rial
http://libros.libertaddigital.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário