La crisis hondureña en la que el Gobierno español ha apostado por el golpista Zelaya -el hombre de paja de Hugo Chávez- tiene visos de acabar de la mejor manera posible: en las urnas. Después de varios meses dejándose embaucar por el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza y por otros actores regionales, la Administración Obama avaló un acuerdo que dejaba claro que se reconocería la validez de las elecciones presidenciales del próximo 29 de noviembre. El resto del acuerdo parece haber naufragado y podemos echar las culpas a quien queramos. Pero más allá de quién debía presidir un Gobierno de unidad nacional -durante un mes- lo trascendental es que las elecciones se celebren en la fecha constitucionalmente establecida para ello. La razón por la que Zelaya no quiere reconocer los comicios del 29 de noviembre es la de que estos van a estar supervisados por los organismos constitucionales que le desposeyeron a él de la Presidencia.
Después de mucho tiempo el Gobierno norteamericano ha comprendido lo evidente. Zelaya tiene mucho apoyo internacional jaleado por Chávez y su orquesta multinacional, pero en Honduras todas las instituciones competentes habían respaldado su destitución por violar la constitución. Con esos mimbres era imposible hacer un cesto entorno a la restitución de Zelaya. Si quería un acuerdo, debía ceder. No lo ha hecho y ya sólo le queda esperar parapetado en la embajada brasileña a que pase la elección de un nuevo presidente.
La buena noticia que hay en esta historia es que ésta puede ser la primera derrota relevante de Hugo Chávez. Él apoyo a Zelaya cuando intentó violar la constitución y él lo metió en la embajada de Brasil en Tegucigalpa. Ahora puede ir preparando un ranchito para acogerlo en Venezuela y compartir batallitas. No le vendrá mal una derrota a Chávez.
Ramón Pérez-Maura
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