terça-feira, 3 de novembro de 2009

El «Halloween»

La moda viene de muy poco tiempo atrás. En los años de mi lejana juventud se celebraba en «El Encinar de los Reyes», inmediato a «La Moraleja». Ahí vivían los oficiales y suboficiales norteamericanos destinados en Torrejón de Ardoz. Me refiero al «Halloween», claro. En España, dentro de pocos años, todos brujas. Me hallaba escribiendo la tarde de la dichosa noche, cuando sonó el timbre de la puerta de mi casa, que es la de ustedes si lo toman como una frase hecha y de vieja cortesía. El susto fue morrocotudo. Eran dos brujas y un monstruo vestido de carmesí con dos colmillos draculianos. Me dijeron algo de caramelos. Una hora después, otro timbrazo. Investigué por la mirilla y se trataba de otro grupo espeluznante. «En esta casa no se celebra esa tontería», les anuncié con firmeza. Y muy divertidos se fueron a dar la murga a otro piso.

Me preocupa lo que late detrás de esta nueva moda. Coincide prácticamente con el Día de Todos los Santos y el posterior de los Difuntos. Y la victoria del «Halloween» hay que definirla de aplastante. Entre la juventud ha calado de tal manera que se puede considerar una tradición plenamente establecida. Me parece muy bien que los jóvenes se diviertan, pero no tienen derecho a dificultar el funcionamiento vascular de los que vivimos ajenos a sus modas importadas.

Decía Churchill que una democracia es cuando suena el timbre a las seis de la mañana y es el lechero. En España hay que cambiar al lechero por el funcionario de Correos que reparte las multas de tráfico por los tibios hogares. Pero si suena el timbre, no es del todo aceptable abrir la puerta y encontrarse cara a cara con brujas y monstruos. A mí, las brujas y los monstruos siempre me han dado una barbaridad de susto. Por eso no veo películas españolas.

Para disfraces, tenemos el Carnaval, fiesta que me da mucha pereza. A las fiestas de carnaval de mi juventud asistía disfrazado de «judoka del Pireo». El disfraz consistía en una chaqueta de judo y un gorro griego. A los diez minutos cambiaba el artículo judoka por mi chaqueta normal, me quitaba el gorro y me lo pasaba en grande viendo al resto de los invitados hacer el ganso y sudar como pollos vestidos de Luis XIV, de piratas, de Napoleón o de beduinos. El carnaval tiene también su parte calentorra, pero estaba prohibida en mi generación. El disfraz más atrevido que se ponían las chicas de mi época era el de holandesa, cuya blusa dejaba ver en algunas ocasiones el preciado canalillo, pero nada más. Pero el «Halloween» o jalougüin, no existía en nuestras vidas, y nos iba muy bien.

¿Laicismo? Algo de eso hay, si bien los Estados Unidos tienen muy poco de laicos. No entro en esa discusión, que se me antoja inútil. Sí en el buen o mal gusto de la celebración, tan artificial por estos pagos y tan perjudicial para los que hemos alcanzado la edad de la caída de la hoja. Una ciudad como Madrid no se puede llenar de brujas que llaman a las puertas de las casas decentes. Aquí, las brujas han tenido siempre un espacio muy limitado para su esparcimiento. Y todas estaban en el sindicato de la Ceja. Bueno, pues eso y nada más.

Alfonso Ussía
www.larazon.es

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