domingo, 1 de novembro de 2009

Halloween

Cada año, a medida que se va aproximando la festividad de Todos los Santos y el Día de Difuntos, voy recibiendo por internet advertencias sobre la mala costumbre de celebrar con los niños la «noche de las brujas» o «de los muertos» o, como la solemos conocer ahora, de «halloween». Pero todos los que tenemos hijos pequeños sabemos que es casi imposible luchar contra algo que se ha implantado socialmente y que tiene el morbo de desafiar la muerte.

Por más que nuestra cultura pretenda alejar el dolor del imaginario familiar, ¿quién no tiene un ser querido que ya ha fallecido? Antes, y muchas personas lo siguen haciendo, se tenía el hábito de acudir a los cementerios a rezar, o dejar unas flores, junto a sus tumbas. Ahora ha ido ganando terreno la fiesta de «halloween», que tiene un origen celta, el Samhain, que significa en gaélico o irlandés, fin del verano, y que desde el siglo IX, si no me equivoco, cuando San Odilón, abad de Cluny, decidió honrar a los fieles difuntos después del día de Todos los Santos el año 980, se fue imponiendo en nuestra civilización cristiana. Hasta que los católicos irlandeses afincados en Estados Unidos, a principios del siglo XX, volvieron a resucitar sus ancestrales costumbres.

En fin, no somos capaces de ofrecer una religión atractiva a nuestros hijos, entre otras razones, porque ha dejado de ser atractiva, ni siquiera necesaria, para muchos de nosotros. Una lástima. No se cuál será la fórmula para que la religión, y los ritos religiosos, vuelvan a recobrar su sentido antiquísimo, muy anterior a «halloween» o cualquier otra superstición. Ya en el Segundo libro de los Macabeos se podía leer que «mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados». A lo mejor lo que habrá que hacer es leer más a menudo los libros sagrados. Es incluso interesante y atractivo.

Jorge Trías Sagnier
www.abc.es

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