segunda-feira, 9 de novembro de 2009

La noche que puso punto final al siglo XX


La mera apertura del Muro de Berlín, hace 20 años, dejó al desnudo la fragilidad del socialismo del Este y la división de Europa. Los acontecimientos encontraron ese día al canciller Kohl en Polonia; Angela Merkel tomó su primera cerveza en el Oeste.

«Lo perdidos que estábamos, que esa misma tarde habíamos salido para Varsovia», confiesa Horst Teltschik, quien revela a este diario que, al llegar las primeras noticias a Polonia, «inopinadamente, al primero que oímos hablar, de repente, de la unidad de las dos Alemanias fue a Lech Walesa», el héroe obrero de Solidaridad.

Quien era entonces jefe de la cancillería y asesor de política exterior de Kohl cuenta cómo «sin más ambages» lo soltó durante la cena y «todos en el equipo alemán nos quedamos petrificados». Uno de los problemas inmediatos para el gobierno de Kohl, que visitaba al primer gobierno democrático polaco, «era que no había línea directa con Bonn y apenas sabíamos qué sucedía».

Y era importante «no ningunear a los polacos», que tanto habían esperado de la visita. Además, según el estatuto de Berlín, ni siquiera el canciller podía volar directamente. «Tuvimos que ir a Hamburgo y tomar un avión norteamericano». Al día siguiente, Kohl llegaba por fin a Berlín, aunque su actuación resultó entre prudente y torpe.

La canciller actual, poco dada a personalizar, ha contado por primera vez detalles propios del momento. Físico de profesión en la Academia de Ciencias, anexas al temido batallón de la policía Felix Dzerzhinsky, Angela Merkel regresaba tras su sauna semanal a su piso de la Schönhauser Allee, cuando se tropezó con «el día más feliz de la reciente historia alemana», como lo calificó ayer.

Serían las 11 de la noche cuando se incorporó a las masas entusiastas, encaminadas al puente de la Bornholmer Strasse, el primer paso en abrir. «Me decidí a cruzar» al Oeste para pasear en grupo por los barrios trabajadores de Wedding y Alt Moabit. «Hablábamos entre todos, era una atmósfera preciosa". Aquella noche se tomó su primera cerveza en el Oeste, pero dio media vuelta temprano antes de alcanzar la zona de compras del Ku´damm, «para regresar a dormir un poco».


Trasladado a un pisito del Oeste «al marcharse mis hijos de casa», desde su residencia junto al Muro de Potsdamer Platz, Schabowski es de los pocos jerifaltes que ha hecho autocrítica: «Lo hicimos todo mal» es el título de sus memorias.

Las primeras grietas

En los bosques de Brandenburgo vive retirado el oficial Harald Jäger, que esa noche sudó y tembló ante la multitud y, finalmente, tomó la sabia decisión de abrir sin más el control del puente Bornholm. «Para nosotros era crucial evitar un baño de sangre», dice Teltschik pensando en la violenta deriva rumana posterior, provocada por golpistas y servicios secretos. Jäger especialmente, y otros guardafronteras también, «contribuyeron impagablemente» a ello, reconoce Hans Modrow, el dirigente comunista que se haría con las riendas en los días sucesivos.
A esas horas, en Dresde, las unidades acorazadas habían sido puestas en alerta de despliegue.

Hoy Schabowski explica en encuentros escolares cómo «nuestro sistema tenía el defecto de construcción de su inhumanidad». El partido Socialista (SED), del que llegó a ser dirigente en Berlín, «despreció desde su primer día la voluntad de la gente, aun por la fuerza». Dice que «no ayuda a nadie confesarse corresponsable, hay que explicar a la gente cómo llega uno a una situación así. Es difícil, pero también es liberador».

Por la famosa puerta de Brandenburgo cruzó entonces por primera vez la activista del Movimiento de Mujeres Ulrike Poppe, entonces de 35 años, que confiesa su prevención inicial «por las continuas provocaciones de los agentes infiltrados», que desde semanas antes buscaban abocar las manifestaciones hacia la violencia. «La gente había comprendido que ya todo iba a ir de mal en peor, el muro tenía ya sus grietas aquel 9 de noviembre», dice por teléfono el párroco de la iglesia de San Nicolás de Leipzig.

Dirigentes de la protesta como el párroco Wonneberger y la cofundadora del Neues Forum, Bärbel Bohley, sin cuyo coraje y denuedo nunca se hubiera llegado a quel día, confiesan cómo «resultamos arrollados después. En cuanto cayó el muro, toda exigencia de reformas era ya obsoleta». Pero Bohley, que cooperó espués muchos años en Bosnia, recuerda que «aunque las utopías hoy suenen mal, crea que poseen una poderosa capacidad de movilización».

Marianne Gross no tenía más utopía que volver a ver la casa de sus padres en la Boxhagener Platz, que había abandonado castigada y sin poder estudiar como «enemigo de clase». Aquella madrugada, en su casa de okupa en Kreuzberg, «sonaron los timbrazos a la puerta y, de repente, allí estaba mi hermano y toda su familia», que había «preferido adaptarse y quedarse» en el Este. Gross no tenía ni qué ofrecerles de cenar, «Me salvaron los vecinos turcos, que siempre tienen de todo».

Incontrolable

El comunista reformista Hans Modrow recuerda la sesión del comité central, aquella tarde, «como un parvulario costreñido por reglas que ya no entendíamos», cuando el secretario Egon Krenz se sacó de la manga el papel con las nuevas disposiciones de viaje. La nota fue pasada a la agencia oficial ADN, que obedientemente mantendría el embargo «dictado hasta las cuatro de la madrugada», recuerda Modrow. Pero las ruedas de prensa «eran una completa novedad» en el socialismo y el partido no podía controlar la evolución en otros medios.

Por ello hay que destacar a otro protagonista insoslayable, aunque menos mencionado: el conductor del telediario «Tagesthemen» de la ARD. Hanns Joachim Friedrichs anunció la noticia en términos de que «las puertas del muro han sido abiertas de par en par» y varios barrios del Este recibieron la señal occidental.

El minucioso historiador del muro, Hans-Hermann Hertle, no duda en calificarlo como «el primer acontecimiento de la historia que fue anunciado por los medios antes de que sucediera».

Ramiro Villapadierna - Berlín
www.abc.es

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