Por mucho que ahora se quieran revivir los acontecimientos de aquellos años, no se puede reflejar con palabras lo trepidantes que fueron los sucesos que acompañaron a la caída del Muro de Berlín.
Pueblos enteros y líderes decidieron a poner fin a una división de Europa que nació de la Segunda Guerra Mundial, cuando los gobernantes que tomaron las decisiones sobre el reparto de naciones enteras con sus ciudadanos actuaron sin importarles mucho de qué lado que caían porque una primera cosa que se desconocía era quiénes eran los vencedores y quiénes los derrotados en la contienda.
Lo único que parecía claro, sobre todo a partir de los sesenta, cuando Moscú inició la construcción del Telón de Acero, es que había un oeste y un este y que ambos originaban su desarrollo geográfico a partir de Alemania. Para muchos políticos a ambos lados enfrascados en una Guerra Fría cargada de una profunda impronta ideológica, todavía en los años ochenta era imposible saber cuándo terminaría esa división. Por eso muy pocos eran conscientes, en noviembre de 1989, de que el Muro de Berlín sería derrumbado por ciudadanos y pueblos que ya no podían aguantar las separaciones familiares, las dificultades económicas y sobre todo la falta de libertades, especialmente los que quedaron incluidos en el este de Europa, dominado por el régimen soviético y por la bota militar del Pacto de Varsovia.
Tres responsables
Los gobiernos de la República Federal de Alemania, que sufrían más directamente la división en dos de su país, no dejaron de insistir desde el principio en acabar con el Muro, pero para muchos occidentales, ese país no era todavía un socio fiable después de su pasado nazi. Quizás más que en Europa donde surgió la llama que prendería finalmente los acontecimientos de noviembre de 1989 fue en los Estados Unidos, como reconocía esta semana la actual canciller de Alemania, Angela Merkel, en una visita a Washington.
Merkel recordó el pasado de veinte años en los que Estados Unidos fue el mejor aliado que tuvo su país en la tarea de la reunificación alemana, que se inició en esas fechas. Pero tampoco olvida Merkel y el resto de los países que iniciaron también en esa fecha su liberación del yugo soviético que fueron lo norteamericanos los que mantuvieron una ayuda económica e informativa durante muchos años para acercarse a la poblaciones del este y enseñarles el funcionamiento de la democracia y de las libertades.
Los tres responsables políticos que aparecen estos días en los medios de comunicación como los responsables directos de la caída del Muro, Helmut Kohl, George Bush padre y Mijail Gorbachov, puede decirse que integran el enorme grupo de personas que no tuvieron una idea prevista de cuándo iba a ser el día H de aquel mes de noviembre de 1989. Pero su reacción a los sucesos a partir de esa fecha fue un ejemplo de responsabilidad y de diplomacia para conducir los años de la transición.
Serán recordados siempre por la historia como los principales artífices de la liquidación del mundo bipolar heredado de la Guerra Fría, pero evidentemente hay muchos más, algunos conocidos y cientos de personas anónimas. Y sobre todo muchos reconocidos por la labor que desempeñaron en la oposición, en los sindicatos, en la Iglesia, así como el papel de los intelectuales, escritores y artistas.
González y Kohl
En el lado Occidental europeo tampoco hubo una información concreta sobre la fecha del derribo del Muro berlines. Por lo general, los gobiernos europeos se unieron al carro de las felicitaciones y de las ayudas a posteriori. Quizá los más fríos y reacios a aceptar la realidad de los acontecimientos en Alemania fueron los gobiernos de Francia y Gran Bretaña. Como se ha confirmado ahora con la publicación de los archivos desclasificados del Foreign Office británico sobre los meses anteriores y posteriores a la caída del Muro, el Presidente francés, François Mitterrand, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, fueron bastante contrarios a la apertura al este.
Para Mitterrand y Thatcher el recuerdo de los años 30 y el miedo al expansionismo alemán una vez recuperado su territorio, de volver a las andadas e intentar recuperar las zonas perdidas en la guerra era algo que les obsesionaba, y a Mitterrand especialmente. En España gobernaba en esa fecha el Partido Socialista de Felipe González, que no siguió los consejos del presidente francés y se acercó y felicitó inmediatamente al canciller Helmut Kohl, democristiano y uno de los grandes valedores de la España recién incorporada a la Comunidad europea y del presidente Felipe Gonzalez. Inglaterra, por su parte, siguió las reservas de Margaret Thatcher con su sucesor, John Major.
Seguramente el fin de la Guerra Fría, la caída del comunismo soviético y la entrada de las diez naciones de la Europa oriental en la UE, junto con su ingreso en la OTAN, es algo que ha supuesto muchos problemas de adaptación, sobre todo en los mercados y economías de esos países, pero lo que se ha logrado en cuanto a integración en estos últimos veinte años era inimaginable para el resto del mundo.
Hoy la crisis financiera y económica posiblemente reste alegría a las celebraciones por la desaparición del Telón de Acero, pero quedará siempre en el recuerdo de todos los hombres de paz que existen y han existido en el mundo, capaces de esperar años a que les llegue el disfrute de la libertad que muchos perdieron durante lustros.
La Unión Europea está a punto de alcanzar sus límites geográficos dentro del propósito inicial de sus fundadores pertenecientes a la cultura judeo-cristiana. Hay una asignatura pendiente precisamente sobre estos parámetros y es si definitvamente Turquía se integrá de pleno derecho en la UE.
Juan Roldán
www.larazon.es
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