sexta-feira, 6 de novembro de 2009

Laicismo histérico

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha declarado que la presencia de crucifijos en las escuelas vulnera el derecho de una madre finesa residente en Italia a educar libremente a sus hijos. La decisión no puede ser más discutible desde el punto de vista jurídico, social e histórico y es de esos pronunciamientos que explican la debilidad europea en un mundo donde prevalecen las potencias y las creencias que se respetan a sí mismas. La presencia de los crucifijos podría ser ofensiva en estados sometidos a la ley religiosa de otras confesiones distintas a la cristiana, donde es habitual castigar como delito la predicación del Evangelio y está prohibido el culto a los cristianos. Pero considerar que, en Europa, la colocación de crucifijos en las aulas es una vulneración de derechos individuales, resulta un despropósito más inexplicable aún por proceder de un tribunal de juristas. El cristianismo es elemento identitario de Europa, y la cruz, trascendiendo su simbología religiosa, expresa esa identidad y unos valores de paz y concordia universales. Un crucifijo en un aula italiana no es un acto de proselitismo confesional, ni una imposición de criterios morales, sino una manifestación de un caudal histórico común, del que el cristianismo es un capítulo irrenunciable. Incluso el nuevo líder de la oposición de centro izquierda en Italia, Pier Luigi Bersani, calificó como «una antigua tradición inofensiva» la presencia de crucifijos en los colegios.

Se lamentaba, con sabia ironía, el cardenal Bertone, secretario de Estado del Vaticano, de que Europa saca los crucifijos, pero mete las calabazas de «Halloween». La contradicción a la que alude Bertone quizá se entienda mejor si se tienen presentes todas las fiestas de carácter religioso que jalonan el calendario laboral español y europeo. También si se recuerda que en Europa hay jefes de Estado que ostentan la máxima autoridad de la iglesia nacional. Tan infractor de la laicidad y de las libertades individuales será entonces el crucifijo en las aulas, como la Fiesta de Navidad o el Viernes Santo. En España ha faltado tiempo para que los fundamentalistas del laicismo se lanzaran a pedir la inmediata retirada de los crucifijos. A buen seguro que la proximidad de las Navidades exacerbará su celo para proscribir de los colegios públicos los perniciosos belenes, incluso para insistir en que se las llame «vacaciones de invierno». El Gobierno de Rodríguez Zapatero guarda por ahora un prudente silencio y será mejor que lo mantenga, para no secundar estas ridículas propuestas de laicismo histérico.

Editorial ABC
www.abc.es

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