Lo llamaré Gómez. Su familia venía del otro lado del Río Grande. Quizá sus orígenes se hallaban en esos primeros españoles que llegaron a lo que luego sería México y que se enfrentaron con los comanches mucho antes de que lo hiciera la US Cavalry. Quizá procedía de alguna de las tribus indígenas que combatieron contra españoles, mexicanos y norteamericanos. Quizá era una mezcla de ambas sangres.
Fuera como fuese, su familia se asentó en Texas hace varias generaciones. Como tantos inmigrantes en la tierra de las barras y las estrellas decidió un día servir en el ejército y lo hizo no porque a los veteranos se les ayude, una vez licenciados, a estudiar en la universidad, se les conceda becas o, simplemente, se les trate con consideración. Se alistó porque amaba a su nación.
Lo destinaron a Afganistán, una tierra que, seguramente, no podía localizar en el mapa y cuyas lenguas no entendía. Allí combatió para evitar, entre otras cosas, que el islamismo un día nos imponga un frente que corra por las riveras del Hudson, el caudal del Danubio o la cuenca del Turia. Incluso parece que obtuvo algún reconocimiento de sus superiores. También se llevó un tiro por la espalda disparado por terroristas musulmanes. Trajeron a casa sus restos –no todas las familias han tenido esa suerte– y el fin de semana pasado le dieron sepultura. Cuando terminó un funeral en el que se leyó el Salmo 23, el pastor recordó que nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus hermanos y se cantó "Amazing Grace", un sargento con uniforme de gala entregó a la familia una bandera plegada que había cubierto el ataúd.
Hoy me he enterado de que Alonso ha dicho que la guerra de Afganistán no es una guerra sino que los que hablan inglés dan un contenido "polisémico" a la palabra war. ¡Pobres Gómez, no saben que su hijo cayó combatiendo a los terroristas islámicos en una idílica y sosegada misión de paz!
Lara Vidal
http://www.libertaddigital.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário