La indignación surgida a tenor del centro islámico, bautizado Cordoba House, tiene enormes implicaciones para el futuro del islam en los Estados Unidos y puede que más allá.
El debate es tan inesperado como extraordinario. Habría pensado que el suceso que tocaría la fibra sensible de la institución política estadounidense, haciendo del islam una cuestión nacional, sería un acto de terrorismo. Pero no, algo más simbólico sacude a la institución política.
Lo que empezó siendo una cuestión de ordenación urbana se fue transformando en un debate nacional con potenciales repercusiones en política exterior. Su faceta simbólica encaja en un patrón asentado en otros países. La vestimenta islámica de las mujeres ha desatado repetidos debates nacionales en Francia desde 1989 hasta la fecha. Los suizos prohibieron la construcción de minaretes. El crimen de Theo van Gogh afectó de forma acusada a los Países Bajos, al igual que la publicación de las viñetas de Mahoma en Dinamarca.
Personalmente, no tengo ninguna objeción que plantear a que se ubique una institución musulmana verdaderamente moderada en las inmediaciones de la Zona Cero; por el contrario, tengo pegas a que se construya una institución islamista en cualquier parte.
Irónicamente, la construcción del centro en tan cercana proximidad a la Zona Cero redundará probablemente en contra de los intereses a largo plazo de los musulmanes en los Estados Unidos. Esta nueva emotividad marca el inicio de una etapa difícil para los islamistas dentro de EE UU. Aunque sus orígenes como fuerza organizada se remontan a la fundación de la Asociación Musulmana Estudiantil en 1963, alcanzaron la madurez política a mediados de la década de los 90. Yo me enfrentaba a los islamistas allá por entonces y las cosas salían mal. Éramos, en términos prácticos, sólo Steven Emerson y yo contra cientos de miles de islamistas. Ni él ni yo podíamos encontrar apoyo intelectual adecuado, dinero, interés de los medios de comunicación o respaldo político. Mi nadir llegó en 1999, cuando un funcionario del servicio exterior estadounidense llamado Richard Curtiss habló en el Capitolio de «el potencial de la comunidad musulmana estadounidense». Predijo abiertamente que, igual que Mahoma terminó triunfando una vez, también los musulmanes estadounidenses iban a triunfar. Aunque Curtiss habló solamente de cambiar la política hacia Israel, sus lemas insinuaban una toma de control más generalizada.
El 11 de Septiembre supuso un toque de atención, poniendo fin a esta sensación de imposibilidad. Los estadounidenses reaccionaron enormemente no sólo a la horrible violencia de esa fecha sino también a la escandalosa insistencia de los islamistas en culpar de los ataques a la política exterior estadounidense, y más tarde la elección de Obama, o su flagrante negativa de que los autores materiales fueran musulmanes o el acusado apoyo musulmán a los atentados.
Académicos, columnistas, blogueros, figuras de los medios y activistas estadounidenses se volvieron conocedores del islam, transformándose en una comunidad, una comunidad que ya se intuye un movimiento. La polémica del centro islámico representa su ascenso como fuerza política, ofreciendo una reacción contundente y airada, inconcebible hace sólo una década. El enérgico tira y afloja de los últimos meses me deja parcialmente fascinado: aquellos que rechazan el islamismo y todas sus manifestaciones constituyen hoy una mayoría y pasan a la ofensiva. Por primera vez en 15 años, pienso que podría ser el equipo ganador. Pero tengo una reserva: el tono cada vez más anti-islámico del colectivo. Engañados por la insistencia de los islamistas en que no existe nada que se pueda llamar «islam moderado», mis aliados a menudo no distinguen entre islam (una creencia) e islamismo (una ideología utópica radical que pretende implantar la ley islámica en su totalidad). Esto se reduce no sólo a un error intelectual sino a un callejón sin salida político. Como destaco a menudo, el islam radical es el problema y el islam moderado la solución. Una vez aprendida esta lección, las nuevas energías permiten ser optimistas con la derrota del islamismo.
Daniel Pipes
www.larazon.es
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