ETA continúa lanzando mensajes de todo tipo a través de sus canales habituales, en particular el diario «Gara». En el último de ellos dice estar dispuesta para un alto el fuego, «y también para ir más lejos», tal vez con el objetivo de sacudirse la presión de los mediadores. A su vez, el brazo político de los terroristas persiste en sus maniobras de siempre, aparentando una autonomía que no existe respecto de los pistoleros que mandan en la organización. Por fortuna, nadie entra ya al trapo de una retórica que pretende engañar a la sociedad y dividir a los demócratas. A estas alturas, sólo cabe esperar de ETA un último comunicado que reconozca su fracaso definitivo frente al Estado de Derecho. La aplicación de la Ley por parte de los jueces, la eficacia policial y la colaboración internacional sitúan a los terroristas ante un callejón sin salida. No importan los falsos «gestos» ni los matices terminológicos que no significan nada a la hora de la verdad. ETA sigue con su actividad terrorista, como demuestra el «zulo» encontrado ayer en una localidad francesa con un buen número de placas para utilizar matrículas falsas. Estamos ante una organización criminal sin otra finalidad que cometer delitos y extorsionar al Estado y a la sociedad. Cualquier análisis de tipo ideológico sólo sirve para prolongar la situación en beneficio de los terroristas, cada día más débiles ante la respuesta eficaz de los poderes públicos.
Es positivo por todo ello que Rodríguez Zapatero se negara ayer a hablar de ETA durante un acto preelectoral en Aragón. Conviene disipar cuanto antes cualquier indicio de que algunos alimentan la tentación de volver a las andadas y, en este sentido, la mejor respuesta es el silencio. Por supuesto, la Fiscalía y todos los medios del Estado deben actuar a fondo para impedir —dentro de la más estricta legalidad— que los secuaces de la banda puedan acceder a las instituciones democráticas de las que merecen ser excluidos. También es un dato digno de mención que, en el transcurso del «Alderdi Eguna», el PNV —a través de Íñigo Urkullu— mostrara al fin una claridad de ideas ante los terroristas y su entorno que no ha sido habitual por desgracia en el seno del nacionalismo vasco. Así las cosas, el final de ETA está cada día más cerca, como expresión de la legitimidad ética y política de la democracia frente a una simple banda de criminales.
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