La Junta de Andalucía se dispone a pagar indemnizaciones de 1.800 euros a las mujeres que acrediten, mediante declaración jurada o testimonio de terceros, haber padecido vejámenes o escarnio público en los aciagos años de la Guerra Civil. A nadie se le escapa que la medida es discriminatoria por partida doble: no ya sólo porque mujeres vejadas y expuestas al escarnio público las hubo también —y a porrillo— en zona roja (pero el sectarismo ideológico ya se sabe que niega que tales tropelías se perpetraran en el «paraíso republicano»); sino, además, porque en ambas zonas hubo hombres buenos que también fueron vejados en aquellos mismos años (donde se prueba que el sectarismo feministoide es la forma más cerril de sectarismo ideológico).
A nadie se le escapa tampoco que las hipotéticas beneficiarias de tales indemnizaciones estarán casi todas muertas, y muchas de ellas —yo quiero pensar que la inmensa mayoría— disfrutando del banquete eterno, que es el resarcimiento sin tasa que nos aguarda tras los padecimientos terrenos. La Junta de Andalucía, menos espléndida que la misericordia divina, ha puesto una tasa de 1.800 euros a sus resarcimientos, que es una forma bastante miserable de cuantificar el dolor. Traducir el dolor en monedas es siempre miserable, y una presunción injuriosa de que el dolor halla consuelo en la satisfacción pecuniaria; pero en las sociedades que no creen en la fuerza reparadora del perdón y que han dejado de abrazar amorosamente la desgracia del prójimo es inevitable esta traducción pecuniaria, que no sólo no remedia el dolor, sino que además lo humilla, porque considera más fuerte el impulso avaricioso. Cifrar el resarcimiento de esas mujeres vejadas o escarnecidas en 1.800 euros es, desde luego, miserable, como ocurre con cualquier propinilla que cuantifica el dolor (aunque cifrarlo en cantidad tan exigua demuestra que la Junta de Andalucía lo valora a precio de saldo); pero aquí la miseria se torna abyección, porque la tal propinilla no está pensada para consolar el dolor —que el dinero no puede consolar, y mucho menos ¡setenta años después!—, sino para reavivarlo. La Junta de Andalucía sabe bien que la inmensa mayoría de las hipotéticas beneficiarias de su propinilla han fallecido ya, lo que convierte su iniciativa en su brindis al sol; como también sabe que las pocas que todavía estén vivas habrán sepultado ese dolor para poder seguir viviendo, lo que convierte su iniciativa en una felonía. La Junta de Andalucía reaviva ahora ese dolor para convertirlo en mercadería política, para traficar con él, para azuzar el resentimiento, que es la fuerza motriz sobre la que se fundan los malos gobiernos.
A nadie se le escapa, en fin, que la expectativa de recibir la propinilla instituida por la Junta de Andalucía a cambio de prestar una declaración jurada (en una época en que jurar es una chirigota) favorecerá el florecimiento de picarescas rocambolescas. De este modo se completará la felonía: el dolor aviesamente reavivado de esas pocas ancianas supervivientes se verá envuelto en una turbamulta de falsas (e inverificables) reclamaciones que dejarán chiquitas las truhanerías de Guzmán de Alfarache. Y las mujeres que sufrieron escarnio y vejación en tiempos de oprobio serán así nuevamente vejadas y escarnecidas, con su dolor tasado a precio de saldo y arrojado a una olla podrida de timos chuscos, para satisfacción de unos mercachifles que han hecho del rencor una opípara mercadería política.
Juan Manuel de Prada
www.abc.es
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