terça-feira, 14 de setembro de 2010

De fotos trucadas

Jacques Rigaud, secretario de Cultura del Gobierno de Georges Pompidou, gestor de prestigio a quien debemos el primer proyecto del museo del Quai d'Orsay, dejó escrito lo siguiente: "Al llegar a cierta edad, uno ya no visita museos ni exposiciones, le basta con frecuentarlos". La sabiduría adquirida con los años se mueve en una elipsis elegante y benéfica para el alma.


Pues bien, con ese estado de ánimo en la cabeza, y habiendo alcanzado la edad que me permite frecuentar aquello que un día estudié con tesón, el último día de agosto atravesé la puerta acristalada del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Recorrí con los párpados aún sudados por el calor de la calle la colección de fotografías del International Center of Photography de Nueva York. Las contemplé de lejos, envolviéndolas en una misma visión circular, sin detenerme en ninguna; no hacía falta. Mi primera educación sentimental se forjó con esas mitologías en blanco y negro que muy sabiamente fabricó el fotógrafo judío húngaro-americano Robert Capa, cuyo verdadero nombre era Endre Friedmann.

Tenía delante de mí los escenarios bélicos que Capa cubrió durante más de veinte años: la guerra de España, la guerra chino-japonesa (1938), la caída de Barcelona (1939); los bombardeos sobre Londres de 1941, la campaña de los Aliados en el norte de África, Sicilia e Italia; el Día D, el desembarco americano en la playa de Omaha (1944); la guerra de independencia de Israel, en el 48, y finalmente la guerra de Indochina, en 1954, donde pisó una mina vietming: saltaba así por los aires a los cuarenta años, pero le dio tiempo para convertirse en un triunfador mítico y adinerado. Moría haciendo su trabajo, igual que su colega y amiga Gerta Taro en Brunete, en el verano del 37.

Robert Capa.

Richard Whalen, su biógrafo, ha hablado del estilismo propio de Capa. Sin duda es notable. En todas sus fotos hay una pátina especial que les otorga una plasticidad única y homogénea. Capa capta el espesor del aire detenido en los cuerpos retratados.

En todas las geografías, esa misma similitud. Los soldados españoles en Teruel o los franceses en Thai Bin, miméticos todos, caminan de espaldas con el fusil entre las manos, indiferentes a la cámara del fotógrafo que los sigue. Una idéntica superficie de luz y contraluz recae sobre lo humano.

Nadie discute ya lo evidente: sus fotos son unos magníficos artificios de afectación estetizante. Fotos amañadas, cuidadosamente creadas para las portadas internacionales. Porque Robert Capa es un profesional y trabaja con contratos para revistas europeas y americanas de tiradas millonarias: Vu, Regards, Match, Picture Post, Ce Soir, Life. Sólo en 1947 optará por crear su propia agencia, Magnum Photos, con Henri Cartier-Bresson. Conocerá entonces una vida desahogada, de viajes millonarios, de amores sin ataduras –ni siquiera con la bella Ingrid Bergman–. Distante siempre, no pierde el humor judío made in Hollywood:

No basta con tener talento, además hay que ser húngaro.

***

Nada más engañoso que una foto de guerra.

Nunca tuve mucha fe en las fotos de aquellas décadas: existen demasiadas tomas falseadas, con hombres camuflados, identidades cambiadas; otras borradas, y algún que otro pie de foto que es una sentencia de muerte.

¿Instantáneas o montajes? Ambas cosas. Porque ambas cosas son consustanciales a la foto. Capa no se engaña; tampoco engaña. Explicará en sus memorias de guerra, Slightly out of focus ("Ligeramente desenfocado"), la naturaleza misma de su arte:

La foto es una parte del acontecimiento (...) y es algo más que la verdad del asunto.

Ese "algo más" es exactamente lo que hace Capa. Dispara con su Leica y en esas imágenes se dan a la vez la falsificación y la apariencia. En fotografía, lo natural es el artificio. Por ello, el enorme talento de Capa está a la altura del negocio de las mixtificaciones, que bordea la trampa y cuya veracidad está puesta permanentemente en tela de juicio.

El escritor Irwin Shaw, que coincidió con Capa en Israel, definió el embrujo de sus fotografías:

Capa es una influencia peligrosa porque ha perfeccionado el truco de convertir la vida en las ciudades bombardeadas y los horribles campos de batalla de nuestro tiempo en algo alegre, elegante y atractivo.

Extrañamente, no hay dolor en sus fotos, donde sí abundan los muertos, los huidos, los heridos. Su propio estilismo lo corta de raíz, no hay sangre, ni muecas, sólo desolación enfatizada.

La artificiosidad de su arte no supone, sin embargo, impostura moral. Se crece, quiere vender portadas que le reporten dinero, y se arriesga:

El corresponsal de guerra tiene su apuesta –su vida–. En sus propias manos (...) Soy un jugador.

Manda desde España los clichés tomados en los frentes, con fechas y lugares que hoy se han revelado inexactos. Descuida esos pequeños detalles. No le parecen relevantes, pues sólo obedecen a la premura. Por ello, apaña la escenografía. Añade, modifica, perfecciona: ¡esto es la guerra! Es un profesional apasionado. El magnetismo de lo humano funciona y alimenta la lucha ideológica. Y además sabe lo que quieren los magnates de la prensa internacional y "el trust de Willy Muenzenberg", el jefe del Comintern.

El jovencísimo Endre Friedmann de veintipocos años ya se ha convertido definitivamente en Robert Capa. El talento de éste arrolla a aquél. Lo fagocita. Las triquiñuelas son su especialidad, y l'esprit du temps le favorece. Capa es un hombre versátil, con simpatías claras por la izquierda, pero su modus vivendi está muy alejado de la austeridad y la disciplina ideológica del mundo comunista, y se siente cautivado por el cine de Hollywood, el póquer y la buena vida. Y, siendo hijo de sastre, siente veneración por la elegancia.

El personaje se hace leyenda. Y la leyenda conlleva automáticamente el enigma. La famosa maleta encontrada en México en 1995, repleta de clichés de Capa y Taro, permitió aclarar ciertos interrogantes sobre la composición de la foto-icono del miliciano del cerro Muriano.

Una foto trucada: ni la hora, ni la fecha, ni el lugar, ni el personaje ni el enfrentamiento se atienen a la estricta verdad. Hay un pequeño desajuste. Está ligeramente preparada. Como queda demostrado en el documental La sombra del iceberg, Capa y Taro solían pedir a los milicianos que posaran, y éstos aceptaban el homenaje con gratitud.

La preparación de las fotos produce resultados plásticos espectaculares; una me llamó especialmente la atención: rodilla en tierra y con zapato de tacón, una miliciana apunta al infinito con un fusil; el zigzagueo corporal es cautivador. Leo el pie de foto: "Entrenamiento de tiro en la playa de Barcelona".

Zapato de tacón y pistola: solapé durante unos segundos el silueteado de la chica Bond de los años 60 con ésta del año 37.

***

Si hablamos de espías, el entorno de Capa está repleto. Espías en el frente antifascista occidental y en el oriental. Esos extraordinarios mitos Made in Moscow que fueron Arthur Koestler, Philby o Richard Sorge, por citar sólo a mis preferidos. El primero de ellos fue el único que acabó por alejarse de la realidad trucada. Tan artificiosa como las fotos de Capa. Además, Koestler resultó ser un espía demasiado rocambolesco. En La escritura invisible anotará, con toda su sensibilidad racional:

Lo mismo que (...) otras guerras, la de España fue una mezcla de vanidad y sacrificios, de elementos grotescos y sublimes, sólo que en mayor medida, porque las guerras ideológicas son, en cierto modo, más artificiales, confusas y absurdas que las tradicionales (...) que se llevan a cabo entre las naciones.

En las fotos de Capa hay espacio para el héroe anónimo, para "un héroe muy discreto", por retomar el título del artículo que publicó el otro día en ABC Fernando García de Cortázar.

El héroe valiente que, como el Atticus de la novela Matar a un ruiseñor, sigue su lucha a solas. Como el soldado de espaldas a la cámara, sigue avanzando. García de Cortázar recuperaba una de las frases más conmovedoras de la novela, que asociamos inevitablemente a la voz pausada y el rostro avejentado de Gregory Peck:

Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final, pese lo que pese.

Hermoso.

Una pena que fuese Harper Lee escritora de un único libro.

Carmen Grimau

http://revista.libertaddigital.com

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