Mi primer recuerdo de violencia se grabó en mi memoria con tres o cuatro años. Paseaba con mi madre por la calle de Velázquez, se oyó el estrépito de un choque y los conductores de los coches se liaron a trompazos. Uno de ellos, el más fuerte y certero con los puños, llamó a su contrincante «perro judío». Le pregunté a mi madre qué significaba «perro judío», y no obtuve una respuesta satisfactoria. «No son cosas de niños».
En la década de los cincuenta del pasado siglo, y en el bando social de los vencedores de la Guerra Civil, se odiaba a los judíos. Rescoldos de las simpatías hacia los derrotados «nazis». Simultáneamente, Franco era custodiado por su vistosa Guardia Mora. La inteligencia del ser humano es progresiva, y su espacio para el análisis, limitado. Pero, incomprensiblemente, aquel incidente violento me ayudó a establecer comparaciones en mi reducida claridad. Me identifiqué con los «perros judíos» y mantuve mi distancia anímica con la Guardia Mora, que se disolvió poco después, con motivo de la guerra en Ifni.
No creo en las connotaciones racistas de los antisemitas y antiárabes españoles. Todo viene de siglos. Sucede que los judíos viven en el XXI y una importante proporción de musulmanes no se han movido todavía del siglo XI. De ahí que dentro de la opinión negativa que los españoles mantienen de judíos y árabes, los primeros hayan descendido en el rechazo y los segundos permanezcan en la animadversión mayoritaria. El Ministerio de Asuntos Exteriores ha hecho públicos los resultados de su encuesta al respecto. El 34,6% de los españoles se manifiesta antisemita, y el 53,6 por ciento, rechaza a los árabes. Preocupantes porcentajes. En mi humilde opinión, y aunque se haya registrado una mejora respecto a los judíos, se me antoja más grave el 34 por ciento de antisemitas que el 53 por ciento de enemigos del Islam, por cuanto el Estado de Israel es una democracia, una nación libre y su sociedad está inmersa plenamente en los valores y principios de Occidente.
La síntesis del pensamiento del pueblo llano, a través de los siglos, la encontramos en el refranero. Está plagado de bobadas y de aciertos. Los refranes peyorativos contra los judíos pertenecen al pasado. En el «Martínez Kleiser» se recogen unos ciento treinta refranes antisemitas. Ninguno está vigente. En cambio, los dichos de advertencia contra los árabes –en España, por proximidad, «los moros»–, aún se usan. «No hay moros en la costa» es expresión que anuncia tranquilidad y sosiego, incluso cuando la referencia se adapta a la figura del jefe de la oficina, la suegra o el cónyuge. Y un sentido tiene, fuera de racismos y xenofobias. El español sabe que ningún peligro le puede venir de Israel. Estamos en el mismo barco, a pesar de Moratinos. Pero como todos los europeos, la amenaza nos llega del fundamentalismo islámico. Marruecos no es el enemigo, aunque se lleve los palos del refranero. El enemigo es Al Qaeda, el Islam del siglo XI, la barbarie camuflada en la figura de Alá. De ahí el mantenimiento del recelo, más por inseguridad que por perversos motivos de raza.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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