Conocí en el barrio de Carabanchel al grupo de etarras que compusieron la segunda caída de detenidos, primera en importancia numérica. Eran unos tipos elementales culturalmente. Se definían frente al Partido Nacionalista Vasco por la valoración de la acción. No se sentían españoles. Su única ideología era el independentismo. Pronto llegamos a saber que para ellos la acción era el asesinato. Incorporaron las ideologías de «liberación» tercermundistas en el País Vasco. Sastre tomó el relevo de Sartre, los marxistas vascos entraban en ETA en vez de hacerlo en el PCE o en el PSOE, y la lengua, cuya defunción había pronosticado Unamuno, constituyó la base de la conciencia diferenciadora respecto a los «otros» y justificó el Terror. Durante muchos años la izquierda española ha explicado a ETA por los errores del franquismo. Con ese bagaje moral ETA le exige al Gobierno español una negociación de mínimos democráticos.
Han pasado cincuenta años desde la creación de la banda terrorista; medio siglo representada por los llamados «abertzales de izquierda» y apoyada por EA con el juego siniestro del PNV. Los terroristas han conseguido que el balance institucional, cultural y social haya terminado siendo favorable a la construcción de una nación vasca y al proceso independentista. Ha habido un achicamiento del Estado gracias a la hegemonía concedida a los nacionalistas, en la línea de los que sucede en estos momentos: la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado por parte del PNV tendrá nuevos costes para los poderes del Estado. De los poquísimos que le quedan ya al Estado para que podamos seguir hablando de pertenencia del País Vasco a éste. Y es, en estos momentos, cuando ETA hace esta oferta humillante a través del canal de televisión pública inglés BBC. Si con la aprobación de los Presupuestos el PNV salva a Zapatero y se carga a Patxi López, con unas nuevas negociaciones la izquierda abertzale (el lado civil de ETA) podría volver a las instituciones. Por eso ETA quiere votar.
César Alonso de los Ríos
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