quinta-feira, 23 de setembro de 2010

Libros que exponen a los argentinos

Borges, que era ante todo un hombre con sentido del humor, se reía de Ricardo Rojas por su Historia de la literatura argentina en ocho gruesos volúmenes. Se refería a él como "el paradójico doctor Rojas, que ha escrito una historia de la literatura argentina más larga que la literatura argentina".


Es muy probable que Borges exagerara, aunque es cierto que en las infinitas páginas de Rojas caben holgadamente los libros que explican a mi otra patria, Argentina. Unos pocos en el XIX y otros pocos en el XX, amén de algunos en el XXI que sirven para iluminar la centuria precedente. Yo he tratado de resumir ese proceso en tres obras –y me disculpará el lector que las cite, en el entendido de que no se trata de un ejercicio de soberbia, sino de una necesidad impuesta por los límites de un artículo–: La formación del país de los argentinos (Vergara, Buenos Aires, 1999), que trata de la herencia estructural española y del aporte de otras naciones entre 1492 y 1910; Buenos Aires, la capital de un imperio imaginario (1880-1930) (Alianza, Madrid, 1996), un volumen colectivo que tuve el honor de dirigir y en el que colaboraron varios de los autores que citaré más abajo, y Perón, tal vez la historia (Alianza, Madrid, y El Ateneo, Buenos Aires, 2005), una biografía del personaje a la vez que una historia de la Argentina hasta 1974. Intenté ir más allá en El enigma argentino descifrado para españoles, pero el libro tuvo que ser retirado por una larga persecución judicial que el Tribunal Supremo archivó finalmente en casación. Resumido mi aporte, paso a enumerar las obras argentinas que estimo fundamentales, intentando de paso responder a las demandas de muchos lectores que me escriben en busca de orientación sobre el tema. Sin negar, desde luego, que se trata de un asunto espinoso.

El siglo XIX argentino gira en torno de seis grandes nombres: Esteban Echeverría, José Mármol, Lucio V. Mansilla, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y José Hernández. Echeverría es el autor de dos obras fundacionales: El matadero, cimiento de toda la narrativa posterior, y El dogma socialista, que cabría retitular como El dogma liberal, porque de eso se trata: de que en 1816, cuando se declaró formalmente la independencia, había una alta proporción de representantes cuyos principios eran liberales. Alberdi es un modelo de liberal decimonónico, como se ve en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (generalmente citado como Las bases), obra de la cual se desprende el texto de la Constitución de 1853, que, con modificaciones, se ha preservado a lo largo del tiempo. ¿Y cómo es posible la convivencia de una Constitución liberal con una serie interminable de gobiernos militares? Mediante la suspensión de su vigencia. Y, en el caso particular de Perón, mediante una reforma, perpetrada en 1948 y liquidada en 1955 para volver al origen, de la mano de otro gobierno militar, que convocó una Asamblea Constituyente en 1957 y a elecciones en 1958.

La realidad del país se comprende cuando se sabe que Alberdi pasó la mayor parte de su vida en el extranjero, aunque sin desvincularse jamás de la política argentina. A diferencia de Alberdi, Sarmiento, que también padeció exilio, procuró participar activamente en la vida nacional; y lo hizo, al punto de alcanzar la presidencia en 1868. Ha pasado a la historia como paradigma del maestro, no sólo por su actividad en ese campo, sino por ser el autor de la Ley 1420, de educación pública, gratuita y obligatoria, y el fundador de varias instituciones docentes, entre ellas el Colegio Militar y la Escuela Naval. En el marco de su oposición a la dictadura de Juan Manuel de Rosas, y a los caudillos en general, fue publicando por capítulos, en un periódico chileno, Facundo. Civilización y barbarie. Se preguntaba Borges si el destino de la nación hubiese sido distinto de haber tomado el Facundo, y no el Martín Fierro de José Hernández, como libro nacional. Es muy probable.

Hernández escribió casi a destiempo su Martín Fierro, una loa al gaucho libre y con sentido de la justicia publicada en 1862, el mismo año en que se promulgó la ley de alambrado para la delimitación de las propiedades rurales, que iba a acabar con la trashumancia encarnada en el personaje, hijo de la infinitud de la pampa.

El cuarto autor citado, Lucio V. Mansilla, sobrino del dictador Rosas, es de referencia para empezar a conocer la cuestión indígena en un país en el que la población nativa era muy escasa y atrasada: Una excursión a los indios ranqueles resume su experiencia como enviado del ejército a parlamentar con los caciques en la primera etapa de lo que se llamaría posteriormente Conquista del Desierto. En los últimos años ha cobrado actualidad ante los reclamos de los indígenas, que han aprendido a manejarse en política y se han inventado un pasado nuevo, al calor de los movimientos indigenistas tan en boga en toda América.

En paralelo a todo esto, el general Bartolomé Mitre, presidente de la República y (mal) traductor de Dante, se puso a escribir una historia que adecuara el pasado a las necesidades políticas del presente, expuesta con brillantez en Historia de Belgrano y de la independencia argentina e Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana. Toda la historiografía argentina posterior se ha construido en contra de Mitre. Me refiero a las obras valiosas. Las hay que siguen a Mitre, y son las más abundantes, pero no se sostienen sobre sus pies.

El siglo XX tiene su obra profética: Los siete locos, de Roberto Arlt, tan indisolublemente ligada a su continuación, Los lanzallamas, que deben ambas leerse como una única novela. Toda la centuria se encuentra en Arlt, empezando por el peronismo, que no llegó a ver (murió en 1942) pero cuya presencia en el horizonte intuyó mejor que nadie. En el ámbito narrativo hay otras piezas clave para entender el peronismo: El examen, de Julio Cortázar –escrita en 1952, dos años antes de la radicación definitiva de su autor en París, y publicada póstumamente–, y El incendio y las vísperas, de Beatriz Guido, novela ambientada en los días previos a la caída de Perón en 1955.

Los grandes análisis nacionales se inician con la aparición de La evolución de las ideas argentinas, del positivista José Ingenieros, de 1918, que se perfeccionaría casi un siglo más tarde de la mano del liberal Juan José Sebreli en la Crítica de las ideas políticas argentinas (2002). En 1964, cuando aún no había llegado a sus posiciones actuales, Sebreli publicó una obra de juventud que se ha convertido en un clásico: Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, imprescindible para comprender esa ciudad misteriosa y terrible. De 1937 es la Historia de una pasión argentina, de Eduardo Mallea, un ensayo liberal, vehemente a la vez que lúcido. Mallea es uno de los mayores y más olvidados escritores argentinos, descendiente de Sarmiento. En 2001 apareció El atroz encanto de ser argentinos, de Marcos Aguinis, pieza de soberbia inteligencia y sabia literatura (del autor recomiendo, al margen de los objetivos de esta nota, La gesta del marrano [1991], magnífica novela).

Para empezar a entender el peronismo: todas las claves se encuentran en La novela de Perón y Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, uno de los más grandes, con quien también se pueden explorar épocas pasadas, por ejemplo, en Lugar común: la muerte.

No quiero terminar esta apresurada y apretada síntesis sin hablar de un fenómeno nuevo, la historiografía de los años más recientes. Como estoy convencido de que la historia argentina ha de ser revisada en su totalidad, aunque de manera particular la de los años setenta, el terrorismo y la dictadura, he acogido con auténtica alegría la aparición de los tres libros sobre ese período de Juan B. Yofre: Nadie fue (montoneros y gobiernos de Perón e Isabel, hasta el golpe de estado de 1976), Fuimos todos (la dictadura) y Volver a matar (el terrorismo en la democracia). Yofre ha tenido acceso a toda la información debido a su trayectoria como periodista, diplomático y jefe del Servicio de Informaciones del Estado en el gobierno de Menem, y puedo asegurar al lector que la ha empleado a fondo, componiendo una obra que será fuente para los historiadores del porvenir: como me ha tocado vivir algunos de los sucesos por él narrados, doy fe de que aparecen nombres y circunstancias que yo he apuntado en el esbozo de mis memorias (necesariamente póstumas) y que nadie más, aparte de los protagonistas, conoce.

Yofre no está solo en esta revisión. Baste aquí con mencionar a Ceferino Reato, autor de Operación Traviata: Quién mató a Rucci, en la que se historia una parte importante de la organización Montoneros, con un retrato exquisito de sus dirigentes. Reato acaba de publicar Operación Primicia, sobre el ataque montonero a un cuartel de Formosa que precipitó el golpe militar de 1976.

Me he detenido a contar: veintitrés libros, si no me equivoco, que conforman una biblioteca argentina básica para el lego (me excluyo de esa suma). Pero me traicionaría si, después de haber empezado con Borges, no cerrara el recuento con él, con sus Obras completas, que no son más que un volumen (que ahora se presenta en tres) y algunos satélites rescatados por María Kodama. En Borges, en sus inmensas contradicciones, está todo el espíritu de la Argentina civilizada, por oposición a la bárbara, la retratada en Facundo. "No sé qué me reprochan, si nunca he sido nazi, ni comunista, ni peronista", dijo no mucho antes de morir.

vazquezrial@gmail.com

www.vazquezrial.com

Pinche aquí para escuchar la entrevista que, sobre el mismo asunto, hizo MARIO NOYA a VÁZQUEZ-RIAL en el LD LIBROS del pasado día 9.

Horacio Vázquez-Rial

http://libros.libertaddigital.com

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